(1) EL CORREDOR DEL LABERINTO, de Wes Ball.

COBAYAS ADOLESCENTES
Con la saga Crepúsculo (2008-2012) —el bestseller de Stephenie Meyer llevado a la gran pantalla en cinco entregas— se institucionalizó una nueva era en el cine dirigido al público adolescente, basada en la adaptación de grandes éxitos editoriales recreando épicos pero castos romances en un contexto de corte fantástico en el que terroríficas criaturas convivían con los humanos y se interrelacionaban con ellos. Los últimos años han sido muy fecundos en títulos: The Host (La huésped) (2013), Hermosas criaturas (2013), Cazadores de Sombras: Ciudad de Hueso (2013)… Algunos se alejaron de los parámetros del género de terror para entrar en ambientes propios de la ciencia-ficción y la utopía perversa, como Los juegos del hambre (2012) y Divergente (2014), manteniendo intactas sus señas de identidad.
Ahora le toca el turno a El corredor del laberinto, nueva saga juvenil creada por James Dashner y dirigida por el debutante Wes Ball. Una aventura distópica, con trasfondo post-apocalíptico, que relata la lucha por la supervivencia de un grupo de jóvenes recluidos en el centro de un laberinto lleno de peligros. Llama la atención, eso sí, la ausencia de trama romántica pues todo se centra en los intentos desesperados por encontrar la salida y responder a las cuestiones que se plantean: ¿Qué sitio es ese? ¿Qué función tiene el laberinto? ¿Quién los ha encerrado allí? ¿Cómo se sale? etc. El único personaje femenino de cierta entidad, de hecho, tiene un discreto papel en la historia y aparece casi a la mitad del metraje.
Una historia que, por otra parte, parece nutrirse de otras películas, novelas y series de TV. Podríamos resumir los ingredientes de la receta en los siguientes: el armazón teórico de El señor de las moscas, el primero y más célebre relato de William Golding publicado en 1954, en cuanto a alegoría del enfrentamiento entre civilización y barbarie, así como la pérdida de la inocencia infantil. La atmósfera de misterio y suspense de Perdidos (Lost), serie televisiva que precisamente ahora cumple 10 años de su emisión. La dialéctica entre lo propio y lo foráneo, entre la búsqueda de seguridad y el anhelo de libertad, de El bosque (2004). Y el escenario laberíntico que cambia constantemente de Cube (1997). Es lo que tienen estas sagas cinematográficas, que con el objetivo de alcanzar el mayor segmento de mercado son un pastiche refrito de numerosos títulos conocidos.
Pero el peor defecto es un desenlace tan abierto como endeble por el carácter introductorio de El corredor del laberinto. Como da paso a una segunda entrega apenas responde a los interrogantes suscitados, frustrando la curiosidad de los espectadores.
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