EUROPEOS EN HOLLYWOOD (VII)

MICHAEL CURTIZ
¿La película más votada en las listas de las 10 mejores de todos los tiempos es necesariamente la mejor película de todos los tiempos? Taxativamente, no. La más votada es Casablanca (1942) casi siempre, pero muy pocos la incluirían si les pidieran sus cinco películas favoritas, o a Michael Curtiz en una relación de los diez mejores directores. Luego volveremos sobre el tema.
Michael Curtiz nació en Budapest en 1886. La similitud en las biografias de todos los directores alemanes o austrohúngaros que acabaron en Hollywood en la década de los veinte empieza a ser aburrida, por repetitiva. Solo difiere en que algunos llegaron huyendo del fascismo y sin contactos previos y otros contratados por productores hollywoodenses.
Curtiz está entre estos últimos. Jack Warner había visto Moon of Israel, título que le dieron en EEUU a Die Sklavenkönigin, conocida en España como La reina esclava (1924), una de las dos películas de tema bíblico que filmó en Viena para Sascha films, —la otra fue Sodoma y Gomorra (1922)— y lo llamó para rodar El arca de Noé (1928) con la que pretendía superar el éxito de taquilla que había obtenido Cecil B. De Mille con Los diez mandamientos (1923), pero no fue así: tras varios accidentes durante el rodaje de las escenas de masas, el más sonado cuando 7.500 extras debían correr despavoridos mientras les caían encima 15.000 litros de agua y tres de ellos murieron y varios más fueron hospitalizados, (por cierto, entre aquellos extras el que más corría era un jovencísimo John Wayne). Para más inri, durante la fase de montaje irrumpió en Hollywood con fuerza el sonoro. Se intentó incluir algún dialogo en las escenas intimistas, pero no acabó de funcionar la cosa. Quizás deberían haberla transformado en un musical, como «El caballero duelista», que acabó convirtiendo a Gene Kelly en El caballero bailarín ¿os acordáis?
A pesar del fracaso, Warner mantuvo su confianza en Curtiz y, hasta su muerte a causa de un cáncer en 1962, rodó cerca de noventa películas, la mayoría para Warner Bross. En Europa había ya rodado otras tantas.
Por regla general, a Michael Curtiz se le considera un buen artesano. Yo no estoy de acuerdo, creo que en su filmografía hay suficientes títulos importantes en el cine de aventuras, en el melodrama o en el thriller como para hacerle un hueco entre los grandes.
Deliberadamente no he citado el western al mencionar los géneros, aunque rodó por lo menos diez películas ambientadas en el lejano oeste, la mayoría con la pareja Errol Flynn/Olivia de Havilland como protagonistas, pero son peliculitas de aventuras, con buenos y malos y saloon y tiros y final feliz, muy alejadas de la épica que caracteriza a los grandes westerns, los de Ford, Boetticher, Mann o Peckinpah. Y al bueno de Errol Flynn le van mejor la espada o el arco y las flechas, que los colts. Eso queda para John Wayne, James Stewart, Randolph Scott o William Holden.
Probablemente, tenga algo que ver el hecho de que naciera en Tasmania (¡¡). Puede que para creerse a los héroes del oeste tengan que ser oriundos de Iowa, Indiana, el condado de Orange, en Virginia o, por lo menos, de Los Ángeles, como los citados.
Por eso, entre los buenos trabajos de Curtiz yo no incluiría Dodge, ciudad sin ley (1939), ni Oro, amor y sangre (1940) o Camino de Santa Fe (1940), pero sí Capitán Blood (1935), La carga de la brigada ligera (1936) y Robin de los bosques (1938), todas ellas, como las del oeste, interpretadas por Errol Flynn, con el que, por cierto, se llevaba de pena: parece ser que las broncas a lo largo de los siete u ocho años que rodaron juntos hacían época. Tengo en gran estima otras películas de Curtiz, pero como alguna de ellas las dejo para el final, incluída, naturalmente, Casablanca (1942) sobre la que me extenderé un poco más, vamos a cerrar aquí estos datos sobre Curtiz con un par de apuntes sobre su personalidad.
Uno: parece ser que, por lo menos en su juventud, era un mentiroso compulsivo. Contaba cosas como que a los 17 años se escapó de casa y se fue con un circo, o que formó parte del equipo de esgrima austrohúngaro en los Juegos Olímpicos de 1912. Nada, mentira podrida.Todo trolas. Nació en el seno de una acomodada familia judía de Budapest, estudió en la Universidad y en la Escuela de Arte Dramático y empezó su carrera como actor y director en 1912. Sí que es cierta otra cosa de la que también presumía: haber estado con el ejército de su país como artillero en la I Guerra Mundial.
Dos: por lo menos en sus primeros años en Estados Unidos sus dificultades con el idioma le causaron algunos problemas, como cuando le dijo a una actriz: «querida, apestas muy bien«, o en otra ocasión en que tenían que intervenir extras negros en una escena, pidió: «¡que entren los negros!» y al explicarle el ayudante de dirección que esa expresión era considerada xenófoba, que debía referirse a ellos como «gente de color», rectificó diciendo:»¡que entren los extras de color negro!«.
Bueno, vamos a por las cinco:
1.- Robin de los bosques (1938). Desde que empecé a ir al cine me gustaron las películas de aventuras y especialmente las de esta época de la Inglaterra medieval —Ricardo Corazón de León, el rey Arturo, etc— y las de piratas. Si al final hay un buen duelo a espada entre el chico y el malo, como en Scaramouche o El prisionera de Zenda, mejor que mejor. Pues bien: me siguen gustando y no me canso de verlas una y otra vez, sobre todo tres de ellas: El halcón y la flecha (Jacques Tourneur, 1950), Coraza negra (Rudolph Maté, 1954) y Robin de los bosques. Aquí sí que funciona el tándem Flynn/Havilland (ya lo había hecho, tres años antes, en El Capitán Blood, ambas con el mejor villano posible, el excelente actor británico —aunque nacido en Sudáfrica— Basil Rathbone.
Haced un experimento: sentaos a ver Robin Hood, Príncipe de los ladrones (Kevin Reynolds, 1991) con Kevin Costner o Robin Hood (Ridley Scott, 2010), con Rusell Crowe y, si es posible antes de que se os pase el cabreo, ved Robin de los bosques. Estoy seguro de que, a poco que os guste el cine, podréis apreciar la diferencia. Reconozco que he puesto un ejemplo con el que no puedo ser objetivo, porque ni a Kosner ni a Crowe los he aguantado nunca. Esta prueba vale para cualquier otra de las secuelas hechas en los últimos años de este tipo de cine, con efectos especiales, flechas que se dirigen a cámara lenta hacia su objetivo y nos obliga a seguir todo su recorrido, hasta que se clava en el corazon del malo o en el hombro del chico. ¡Qué estupidez! Es de visión obligada Robin y Marian (Richard Lester, 1976), en la que unos maduros Sean Connery y Audrey Hepburn reavivan las cenizas del amor que había brotado en los jóvenes corazones de Flynn y Havilland. Muy bonita.
2.- Casablanca (1942). Además de la más votada y probablemente la más vista de la historia del cine, puede que también sea la que más tinta ha derramado: anécdotas sobre lo accidentado de la confección del guión, ciertas o no. Opiniones sobre qué guionista es el autor de tal o cual frase, si uno de los gemelos Epstein o Howard Koch. Chismorreos sobre lo mal que les caía Paul Henreid a Bogart y Bergman. De todo ello, solo me voy a quedar con el hecho, que he comprobado, de que la famosa frase «Tócala otra vez, Sam», que es probablemente más citada que «Siempre nos quedará París» o «Creo que ésto puede ser el comienzo de una hermosa amistad», no se pronuncia tal cual en ningún momento. Primero, Ilsa dice: «tócala UNA vez más». Después Rick viene a decir: «Si la has tocado para ella, también puedes tocarla para mí. ¡Tócala, Sam, tócala!«. Se extendió de tal modo que el mismísimo Woody Allen cuando escribió su pieza teatral sobre un pobre tipo admirador de Bogart la tituló Play it again, Sam. Aquí la conocimos principalmente a través de la película de Herbert Ross Sueños de seductor (1972), con Allen de protagonista. Y un detalle que ignoro, pero que me gustaría saber: entre los diversos guionistas y demás miembros del equipo técnico o artístico que pudieron intervenir en el resultado final ¿Quién sería el cachondo que les puso apellido a los personajes de Claude Rains y Sidney Greenstreet, o sea, al capitán Renault y el señor Ferrari?. Tuvo que ser una broma interna de la que desconozco las entretelas, si algún lector sabe algo sobre el asunto que me lo cuente, please.
Por lo visto en los estudios nadie, ni Jack Warner ni Wallis ni Curtiz ni el resto del equipo tenía conciencia de estar haciendo algo importante. Era un producto más de los que salían a montones de Warner Bross, sin pretensiones de grandeza. Y así siguió la cosa hasta que llegaron las ocho nominaciones para los Oscar. las tres estatuillas, —mejor guión adaptado, mejor director y mejor película— y el paso del tiempo no ha hecho sino magnificar su leyenda.
Y seguiremos viéndola en los frecuentes pases televisivos, por los siglos de los siglos.
3.- Alma en suplicio (1945). Excelente melodrama que podría haber firmado perfectamente el mismísimo Douglas Sirk. oan Crawford está magnífica. Imaginaos cómo podrían haber resultado Obsesión (1954) o Solo el cielo lo sabe (1955) interpretadas por ella en lugar de la sosaina de Jane Wyman. Cuando su carrera empezaba a declinar, le llegó este regalo que le proporcionó el Oscar y una nueva etapa profesional que culminaria con el soberbio papel de Vienna en Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954).
4.- Sinuhé, el egipcio (1950). De vez en cuando pienso incluir entre los cinco títulos algún ladrillo. El único motivo para hacerlo es poder echar pestes sobre algo o alguien, que me encanta. Empiezo ahora. La citada es una de las peores películas que he visto y sin embargo, por lo menos en España, fue un taquillazo —ya había sido un boom la novela del finlandés Mika Waltari—. La gente hacía largas colas para ver las desventuras de este médico bastante imbécil, en el Antiguo Egipto, en la época del faraón Akenatón. El argumento es lo suficientemente conocido como para dedicarle atención aquí. Pensando ahora en por qué no me gustó, a pesar de contar con dos de mis estrellas favoritas, Gene Tierney y Jean Simmons, llego a la conclusión de que lo que me la hizo antipática, más que su cargante historia, fue la pésima interpretación de sus protagonistas masculinos. Victor Mature tiene siempre la misma expresión, pero no solo en esta película. Yo recuerdo por lo menos diez o doce títulos —thrillers, bélicas, incluso comedias— y no le he visto nunca borrar de sus labios ese rictus así, como de asco, ni alegrar por ningún motivo esa mirada de cordero degollado. Su inexpresividad solo la supera su compañero de reparto, el médico Sinuhé, es decir, Edmund Pardom. La Fox y Zalnuck se gastaron una pasta en publicidad para intentar vender a este tipo como una estrella emergente destinada a brillar largo tiempo, pero yo no creo haberlo visto nunca más. Bueno, ese mismo año, no sé si antes o después que Sinuhé, interpretó, es un decir, con Ann Blyth y a las órdenes de Richard Thorpe El príncipe estudiante, un remake en clave musical de una comedia romántica que rodó Lubistch en 1927 con Ramon Novarro y Norma Shearer. En realidad, la película era un vehículo para hacer llegar al público la voz del barítono de moda, Mario Lanza. Purdom abría la boca y Lanza cantaba. Y aquí le pierdo el rastro. No vale la pena hablar más de él ni de Sinuhé.
5.- Los comancheros (1961). Curtiz dirigió con vigor y buen pulso, a sus 75 años y a pesar de que un cáncer lo estaba matando —de hecho falleció antes de terminar la fase de montaje y sonorización— este discreto western. Nada que ver con los citados antes, empezando por su protagonista, John Wayne acompañado de especialistas en el género: Stuart Whitman, Lee Marvin, Jack Elam, aquel señor con los ojos como Fernando Trueba pero con cara de malo o Edgar Buchanan en el papel del juez Thaddeus Jackson Brean. Buchanan debe de ser el actor que más ha hecho de juez, unas veces borrachín y otras no. La trama es sencilla: Jake Cutter (Wayne), ranger de Texas, arresta a Paul Regret (Whitman) un jugador acusado de asesinato. Más adelante sabremos que es inocente. Antes de entregarlo se ve obligado a contar con su colaboración para luchar con unos forajidos que estan vendiendo armas a los comanches. Al frente de estos comancheros, Lee Marvin, ensayando para su gran papel al año siguiente bajo la batuta del maestro John Ford: Liberty Valance. Bueno, la peli acaba bien.
Esto se está alargando demasiado. Dejémoslo aquí, que tampoco quiero cansaros más de lo necesario.
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