(1) TRANSFORMERS, LA ERA DE LA EXTINCIÓN, de Michael Bay.

LA CÚSPIDE DEL CINE PALOMITERO
Resulta evidente que la saga Transformers, adaptación fílmica de una conocida serie animada de televisión ochentañera y de una variada línea de juguetes fabricada por las multinacionales del sector Hasbro y Takara Tomy, ha supuesto un punto y aparte en la trayectoria profesional de Michael Bay. Desde que el realizador californiano descubriera petróleo con Transformers (2007) prácticamente se ha dedicado a prolongar aquel éxito con sus sucesivas secuelas, salvo el breve paréntesis que supuso Dolor y dinero (2013).
Si ya era conocido en el mundillo como un especialista del género de acción —siendo La isla (2005) su mejor obra hasta el momento—, responsable de las hipervitaminadas Armageddon (1998) y Pearl Harbor (2001), con la citada saga robótica convirtió el tradicional cine-espectáculo hollywoodiense en la poderosa y eficaz industria del entretenimiento global que es hoy en día. Transformers 2: La venganza de los caídos (2009) supuso, en ese sentido, una auténtica oda a la desmesura con una vergonzosa saturación de efectismo digital que apenas dejaba ver la exigua participación de actores de carne y hueso, ampliada todavía más en Transformers: El lado oscuro de la Luna (2011), ya sin la conflictiva presencia de Megan Fox.
La ausencia de los protagonistas originales y una situación de partida distinta a la de las películas precedentes han obligado en esta cuarta entrega a partir casi de cero, en un intento de renovación de la franquicia, presentando nuevos personajes humanos —ni la espontaneidad de Mark Wahlberg, ni la vis cómica de Stanley Tucci ni la caracterización de villano de Kelsey Grammer pueden evitar el desaguisado— y complicando la trama con nuevos conflictos y alianzas. Nace así Transformers: La era de la extinción.
Sin embargo, lo que nos cuenta no ofrece nada nuevo a lo ya conocido. Simplificando, el relato es una concatenación de peleas entre buenos —los Autobots— y malos —Decepticons reconstruidos por la CIA, agentes del gobierno USA que se alían con alienígenas, un misterioso transformer obsesionado con dar caza a Optimus Prime, etc.— sazonado con un prescindible enredo sentimental sobre un padre viudo que sobreprotege a su hija adolescente intentando alejarla del chico guapo de turno.
En resumen, el film nos ofrece ingentes cantidades de destrucción urbanística incalculable con cambios de escenario —del Chicago post-apocalipsis al emergente Hong Kong: el dinero no entiende de patrias— haciendo uso de los apabullantes medios digitales de última generación que, por sobreexplotación, ya no sorprenden a nadie.
Bay persiste en su propósito de dotar de alma o personajes con entidad a su franquicia. Pero Transformers: La era de la extinción es, más que nunca, un molde prefabricado en el que no caben experimentos autorales ni matizaciones psicológicas. Es el colosal prólogo del videojuego oficial o un descomunal anuncio publicitario de su inminente línea de juguetes. En eso ha convertido el cine palomitero actual.
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