(0) LOS MERCENARIOS 3, de Patrick Hughes.

MÁS TIROS Y MÁS EXPLOSIONES
Sylvester Stallone es un superviviente. Pese a su desgastado aspecto físico y su rostro acartonado por la edad —nació en 1946, por lo que tiene 68 años—, demuestra ser más listo que el hambre. Sólo así se explica su sorprendente resurrección profesional tras el inevitable declive relanzando una carrera que todos dábamos por acabada. Desplazado por una nueva hornada de actores en Hollywood, volvió con éxito reencarnando a los personajes más famosos de su filmografía en Rocky Balboa (2006) y John Rambo (2008), asumiendo además labores de guionista y productor. Fue entonces cuando descubrió su filón particular: reivindicar lo añejo aprovechando el poderoso reclamo de la nostalgia, reclamando la “vieja escuela” como origen y causa de todo lo posterior.
Así nació Los mercenarios (2010), un film carente de pretensiones cuya singularidad fue que reunió a una pléyade de viejas glorias del cine de acción en homenaje a un género que vivió sus años de esplendor en los años 80 y 90. Su inesperado éxito hacía prever una secuela, más espectacular que su predecesora, que se materializó en Los mercenarios 2 (2012). Violenta epopeya para regocijo del fanático seguidor, el film se reducía al enfrentamiento entre un equipo de mercenarios y un grupo de terroristas. Evidentemente, este escueto argumento se sustentaba en una interminable sucesión de escenas de acción plagadas de tiros, explosiones y luchas cuerpo a cuerpo. No hace falta decir que tuvo el respaldo del público, superando los 250 millones de euros en taquilla.
¿Alguien dudaba de la continuación de las hazañas bélicas de Stallone y sus amigos? Tercera entrega de la lucrativa saga, dirigida por un anodino Patrick Hughes, Los mercenarios 3 no es más que la mecánica repetición de un molde prefabricado que cuenta como mayor reclamo una extensa plantilla de entrañables carcamales junto con una nueva generación de actores que tratan de aunar veteranía y juventud, experiencia y vitalismo, ampliando su potencial público. Al menos en esta película se evitan las soflamas militaristas del anterior episodio y las inevitables alusiones patrióticas, que no es poco. Pero en esencia es más de lo mismo: escenas bélicas encadenadas sin apenas cambios de ritmo, sazonadas eso sí por un humor blanco que ensalza el compañerismo y una virilidad mal entendida, adicta a la hipertrofia muscular. Sin novedad en el frente.
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