EUROPEOS EN HOLLYWOOD (IV)

CHARLES CHAPLIN
Chaplin llegó a Estados Unidos en 1912, formando parte de una compañía teatral inglesa. Tenía 23 años y su infancia y adolescencia en Inglaterra no habían sido precisamente felices. Padre alcohólico, madre entrando y saliendo de hospitales psiquiátricos…
El productor Mack Sennett le vio en Nueva York haciendo un papel de borracho y lo fichó para la Keystone, la productora de sus películas cómicas que con sus policías torpes -los famosos keystone cops– y sus guapas bañistas habían conquistado al país.
En 1914, ganando 150$ semanales, interpretó 35 films mudos de un rollo (unos 12 minutos) y su personaje, que ya iba siendo el Charlot que todos conocemos, se metíó enseguida al público en el bolsillo. Dos años después ganaba 1500$ a la semana y dirigía sus propios guiones.
En 1918 la First National le contrata por 1 millón de dólares; ya es millonario cuando comienzan sus problemas con las mujeres: se casa con jovencitas (Mildred Harris, su primera esposa, tenía 19 años; la segunda, Lita Grey, 16) y tiene hijos con ellas, pero los matrimonios duran poco, acaban mal y los divorcios le salen caros.
Pero con ser graves, porque le afectan al bolsillo y Chaplin no puede decirse que fuera un tipo desprendido, no lo son tanto como los que tuvo, casi desde que comenzó su fulgurante carrera en Hollywood, con las autoridades y concretamente con el Comité de Actividades Antiamericanas.
Puede que los lectores, sobre todo los jóvenes, penséis que lo peor que le puede pasar a la cultura en general y al cine en particular es un virus llamado José Ignacio Wert y estaríais en lo cierto, si habláramos de aquí y ahora. Pero, por favor, tirad de hemeroteca y buscad detalles de la caza de brujas llevada a cabo por el mencionado comité en los años cuarenta y cincuenta y prestad una especial atención al siniestro personaje llamado Joseph R. McCarthy, senador por Wisconsin desde 1947 a 1957, año en que el buen Dios o el diablo se lo llevó al otro barrio sin llegar a cumplir los cincuenta, con una cirrosis de caballo. También es recomendable, si no la conocéis, Buenas noches y buena suerte, (2005) la excelente película de George Clooney, en la que David Strathairn interpreta a Edward R. Murrow, el periodista de la CBS que se enfrentó a McCarthy.
Este neurótico individuo, que deja a nuestro ministro en mantillas, veía comunistas infiltrados en el Pentágono, en la Casa Blanca, en Wall Street y hasta en la sopa, pero a partir de 1950 dedicó sus mejores esfuerzos a localizar rojos en Hollywood, sembrando el pánico y forzando exilios (Losey, Dassin, Chaplin) propiciando delaciones vergonzantes (Gary Cooper, Elia Kazan), y si no llega a ser porque en el 54 sus propios colegas se lo quitaron de encima como pudieron, hubiera seguido haciendo daño hasta el final de su alcoholizada vida.
Pues no solo McCarthy, sino otros muchos patriotas vieron en las películas de Chaplin, desde sus comienzos, desde los cortos mudos de 10 minutos en que su grotesco personaje saca pecho para enfrentarse a los ricos o a los policías, no un canto a la libertad y a la dignidad del hombre en cualquier circunstancia, sino un velado ataque al american way of life y una ideología sospechosa. Y lo vigilaron de cerca, lo tuvieron siempre en el punto de mira.
El gran dictador (1940), estrenada un año antes de la entrada de EEUU en la guerra, y a pesar de que a esas alturas ya sabían todos los buenos norteamericanos que Hitler no era una hermanita de la caridad ni tampoco un demócrata -aunque hubiera ganado unas elecciones-, desencadenó un rosario de protestas y hasta se intentó retirarla de los cines. Sabido es que en España no se estrenó hasta que muerto nuestro dictador particular, empezamos a intentar hacernos demócratas. (Y en ello andamos).
Cuando Chaplin viajó a Londres, al estreno de Candilejas (1952), Hoover, el director del FBI, dio órdenes de que se le vetara el regreso a USA.
Dos años después le fue otorgado el Premio Internacional de la Paz y en su siguiente película Un rey en Nueva York (1957), atacó con gran acritud a los Estados Unidos de América y todo lo que representan. Desde entonces y hasta su muerte vivió en una hermosa villa suiza con su cuarta esposa, Oona -hija del dramaturgo Eugene O’Neill- y los ocho hijos que fueron teniendo. El último, Cristopher, en 1967, cuando Chaplin contaba ya 78 años.
El año anterior había dirigido a Marlon Brando y Sofía Loren en la que sería su última película, La condesa de Hong-Kong (1966), que aunque en su estreno no tuvo muy buena acogida, se ha ido revalorizando con el tiempo, como tantas otras. Chaplin interpretó a un gracioso camarero en un par de escenas.
Como los 11 largometrajes -y el resto de su obra, sea de un solo rollo o mediometrajes- me han gustado siempre casi por igual, no se puede decir que las cinco escogidas sean mis favoritas. Más bien me he guiado por un intento de reunir todas las facetas de la obra chapliniana.
Seguimos con el orden cronológico:
1.- Una mujer de París (1923)
Película atípica en su filmografía: No la interpreta él, no es cómica y no tiene, o solo en muy pequeña medida, la carga social del resto de sus películas. Se trata de un melodrama digno de Douglas Sirk, como refleja esta sinopsis:
Una joven pareja de un pueblo francés decide irse a París. Mary (interpretada por la bella actriz Edna Purviance, que había hecho más de 30 películas con Chaplin, precisamente ésta fue la última), acude a la estación, pero Jean (Carl Miller) no, y se marcha a París sola. Una elipsis de un año y la vemos completamente cambiada: elegante, sofisticada, fumando con boquilla larga…y amante de Pierre, un millonario (estupendo Adolph Menjou). La casualidad hace que tropiece con su novio del pueblo, que es pintor y vive en una buhardilla con su madre. Se entera así de que aquella noche su padre enfermó gravemente y murió, por lo que no pudo acudir, ni avisarla, ni localizarla una vez en París. Deja a Pierre, posa para su ex y cuando parece que todo va a arreglarse, se desencadena la tragedia: escucha una conversación entre madre e hijo, en la que este dice que no piensa casarse con ella. Vuelve con Pierre, Jean se suicida, ella se siente culpable y al final vuelve a su aldea y en compañía de su frustrada suegra, cuida niños huérfanos. ¿Es bonito o no es bonito?
En una última secuencia, las dos mujeres van en una carreta y las sobrepasa un cochazo. Dentro, Pierre le comenta a su acompañante: ¿Qué habrá sido de Marie?
2.- La quimera del oro (1925)
Para muchos, lo mejor de Chaplin e incluso una de las 10 mejores películas de todos los tiempos. Otros, como Javier Marías, ni siquiera la incluye entre sus cinco películas favoritas del director.
Para mí, fue la mejor durante mucho tiempo. En sucesivas revisiones de tanta obra maestra, la he ido relegando a un tercer o cuarto puesto. Pero sigo teniendo entre mis gags preferidos el baile con los panecillos, la alucinación de su hambriento compañero viendo al pobre Charlot como una gallina gigante y, sobre todo (lo veo una y otra vez y no me canso), el banquete que se pega, con unos modales exquisitos, zampándose una de sus botas hervida.
3.- Tiempos modernos (1936)
Aunque el cine sonoro ya estaba completamente implantado y asimilado por la industria y por el público, Chaplin se resistía a hacer películas habladas.
Esta puede considerarse la última película muda de la historia del cine, aunque utilizó sonidos, ruidos, hasta voces humanas (griterío, algaradas, altavoces), pero más bien para burlarse del sonoro, sobre todo en la canción que interpreta en el restaurante: se ha apuntado la letra en el puño de la camisa (uno de aquellos puños almidonados, sueltos) y nada más salir a escena, gesticula y el puño sale volando. Tras un leve titubeo, empieza a cantar en charabia, un batiburrillo de francés, italiano y alguna palabra medianamente inteligible en inglés, pero sin decir absolutamente nada. No obstante, la picardía, la intención que le da a cada estrofa, hace que resulte descacharrante. La moraleja que intenta transmitirnos es que la palabra no es necesaria en absoluto para ofrecer una buena interpretación.
No obstante fue también su última película sin diálogos.
La intérprete femenina es una deliciosa Paulette Godard, su tercera esposa, con la que repetiría dúo actoral en el siguiente título de esta clasificación.
4.- El gran dictador (1940)
Ya nos hemos referido a ella con anterioridad. Únicamente añadir que no solo fue prohibida en España, sino en media Europa, que empezaba a caer bajo el dominio nazi. Aquí se estrenó en Abril del 76, fue un exitazo y cuando se repuso hace 12 años volvió a funcionar bastante bien en taquilla.
Aunque ya es una película totalmente hablada, todavía se permite Chaplin algunas bromas, como el idioma que emplea Adenoid Hinkel (es decir, Adolf Hitler) que “suena” a alemán, pero, como en Tiempos modernos, es puro camelo.
5.- Monsieur Verdoux (1947)
Cambio total de registro en la carrera de Charles Chaplin. En el barbero judío de El gran dictador aún puede detectarse el ADN del vagabundo de Charlot emigrante (1917) o Vida de perro (1918), pero este seductor asesino de mujeres ya no tiene nada de él, y la película, aun teniendo secuencias hilarantes, es una comedia negra que te deja un amargo sabor de boca. Para esas fechas a Chaplin se le multiplicaban los problemas: hacía cinco años que se había divorciado de Paulette Godard y su novia, una tal Joan Barry, lo amenazaba no solo con una pistola, sino, lo que es peor, con pleitos de supuesta paternidad. Y el Comité lo acosaba cada vez con más ahínco, no es de extrañar pues que su humor se viera reflejado en su obra. El pobre clochard maltratado por la vida ha dado paso a un frío contable de banco, despedido durante la gran depresión y convertido en asesino de viejas solteronas acaudaladas, exclusivamente con ánimo de lucro, para conseguir dar a su amada esposa paralítica y a su pequeño hijo un digno tren de vida.
Pero Verdoux dice cosas como “Asesinar a una persona te convierte en un canalla. Asesinar a millares, en un héroe. Las cantidades santifican”. Esto, solo dos años después de que Estados Unidos lanzara las bombas atómicas sobre Hirosima y Nagasaki, no acabó de parecerles bien a los buenos americanos y la película fue abucheada. Tampoco fue bien acogida en el continente, que no se esperaba algo así del padre de Charlot.
El tiempo ha puesto las cosas en su sitio y ahora somos muchos los que la tenemos como lo mejor de su autor y una obra maestra indiscutible.
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