(4) UN TOQUE DE VIOLENCIA, de Jia Zhang Ke.

LA CARA OCULTA DEL PROGRESO EN CHINA
Prácticamente a diario leemos en prensa o vemos en TV información sobre la imparable ascensión de China como potencia económica mundial. Mientras Europa languidece por una crisis interminable y Estados Unidos entra en un lento pero ineludible declive, el gigante asiático lleva décadas creciendo a un ritmo envidiable, alcanzando este año la condición de 1ª potencia comercial. No obstante, el Imperio del Centro está lejos de ser el paraíso. Este flamante enriquecimiento no está siendo acompañado por una mejora en la calidad de vida de sus habitantes. Por el contrario, en los últimos años han surgido graves problemas sociales desconocidos hasta entonces en la sociedad china, siendo las principales: una desigualdad cada vez más visible —en un país teóricamente comunista, dirigido por un partido único inspirado en los postulados marxistas-leninistas si bien adaptados a la idiosincrasia local—, una corrupción sistémica, una burocracia institucionalizada y una delincuencia creciente. Los dirigentes del PCCh han intentado combatirlos sin éxito hasta la fecha, lo que ha erosionado su legitimidad. A pesar de la censura, la disidencia cada vez ocupa más espacio público, cuya denuncia es manifestada de muchas formas. Una de ellas a través del arte, de la mano de activistas consagrados como el polifacético Ai Weiwei.
En el ámbito cinematográfico, destaca por su osadía a la hora de retratar la cara oculta del progreso en China el realizador Jia Zhang Ke, ganador en su día del León de Oro en Venecia por Naturaleza muerta (2006). Considerado un digno sucesor del veterano Zhang Yimou, este joven director es laureado en Occidente mientras es hostigado por las autoridades chinas por sus críticos documentales y, recientemente, a raíz de su galardonada Un toque de violencia (2013), estrenada en el Festival de Cannes, film prohibido en su país natal.
Perversamente lógico. Película densa, amarga e inquietante, la citada película es un demoledor retrato de la China actual que desmonta la propaganda oficial del régimen que muestra un país moderno y enriquecido, donde en realidad prolifera la injusticia, la inseguridad y la pobreza. Y lo hace a través de cuatro historias, reales e independientes entre sí, cuyo nexo de unión es un ambiente malsano y una violencia ejercida desde el poder contra los súbditos y de éstos contra sus amos. Así, un minero indignado se rebela contra la corrupción de las autoridades locales; un emigrante que vuelve a casa para Año Nuevo sobrevive como delincuente en una gran ciudad; una recepcionista de una sauna desata su odio contra un cliente que trata de forzarla; y un joven trabajador cambia de oficio para prosperar. Cada uno de distinto origen y formación, los personajes son obligados a recurrir a ella como única forma de lidiar con un sistema inhóspito y cruel en el que el individuo es un insignificante eslabón de una inmensa cadena de montaje.
Un toque de violencia carece de florituras y su narración va directa al grano. Posee una puesta en escena funcional, profundamente verosímil, que coloca a los personajes frente a un contexto hostil. Ante ello, Jia Zhang Ke sorprende al público con crudas explosiones de violencia, consecuencia de la brutal metamorfosis que sufre la sociedad china siguiendo la fría lógica capitalista. Lejos de ser simplemente un toque de violencia, ésta sobresale por todos lados sin posibilidad de disimular u ocultar el malestar personal de los protagonistas.
La República Popular China pronto se alzará como superpotencia económica y, como dijo Forges en una de sus viñetas, todo esto será… de China. Pero su hegemonía no podrá sustentarse únicamente sobre pilares tan endebles como la represión, la injusticia, la inseguridad y la pobreza. Debe solucionar primero sus conflictos internos para convencer al resto del mundo con sus logros económicos y sociales. Eso le costará más.
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