EUROPEOS EN HOLLYWOOD (II)

ALFRED HITCHCOCK
Hasta muy adelantado el siglo XX, la inmensa mayoría de los espectadores de cine no estaban familiarizados con los nombres de los directores. Iban a ver películas de Greta Garbo, de Clark Gable, de Spencer Tracy, de Sara Montiel o de Brigitte Bardot, no les importaba saber quién era el director, con una sola excepción: Alfred Hitchcock. Todo el mundo conocía a Hitchcock e iba a ver sus películas, aunque no “saliera” ninguno de sus artistas favoritos.
Hitchcock, antes de llegar a Hollywood en 1939, llamado por el productor David O’Selznick y entrar en el engranaje de la gran industria, del que ya no saldría, había dirigido en su país 34 películas, 17 mudas y 17 sonoras. Son innumerables las aportaciones de Hitchcock al cine, tanto en el plano técnico como en el artístico, de algunas de ellas hablaremos en este artículo, pero lo que supo hacer como nadie es promocionarse a sí mismo; como se dice ahora, “vender” la marca Hitchcock.
O’Selznick, que acababa de disfrutar las mieles del éxito con Lo que el viento se llevó, contrata a Hitchcock para filmar una superproducción sobre el Titanic, pero cuando llega a Hollywood se encuentra con que el productor ha cambiado de opinión: ha adquirido los derechos de Rebeca, el best-seller de Daphne du Maurier y quiere que la filme Hitchcock, que gracias a la buena acogida en Estados Unidos de algunas de sus películas inglesas, como la primera versión de El hombre que sabía demasiado (1934), 39 escalones (1935), o Alarma en el expreso (1938) llegaba con una reputación bien cimentada de “mago del suspense”.
Reputación que él mismo se encargó astutamente de mantener viva durante los 35 años y 30 largometrajes que duró su carrera cinematográfica estadounidense y sus bien conocidas actividades como editor de magazines de narraciones de terror y de suspense, tanto impresos como filmados para televisión, siempre con su nombre y su gordinflona silueta por delante.
Rebeca (1940) logró 11 nominaciones a los Oscar, obteniendo el de mejor película y mejor fotografía. Comienzan así una serie de nominaciones para sus películas y algunas estatuillas de interpretación o técnicas, pero Hitchcock, que como director fue nominado 5 veces, no recogió ninguna. Bueno, sí, el Irving G. Thalberg a toda su trayectoria, en 1968. Probablemente pensarían en la Academia que su carrera ya había acabado, a los 69 años, pero todavía dirigiría tres películas, antes de darla por terminada.
Tampoco la crítica le ha hecho justicia. En numerosas ocasiones han considerado sus películas como un mero entretenimiento, y le han dejado al margen del cine serio, del cine “importante”. Naturalmente, esos cráneos privilegiados se equivocaban de medio a medio: Hitchcock, desde sus inicios en la dirección en 1922, ha estado aportando ideas y soluciones técnicas a problemas que se planteaban en el cine mudo, luego en el sonoro, ya en Hollywood con el color y de vez en cuando, empeñando su prestigio y su dinero en proyectos arriesgados, como Náufragos (1943), en la que toda la acción transcurre en un bote salvavidas con ocho supervivientes de un naufragio. Después hemos visto retos incluso más audaces (últimamente Buried, Gravity), pero todos beben del maestro británico, que fue pionero. Su primera película en color, La soga (1948) supuso un desafío mayor: está rodada en tiempo real y en un solo plano. Adaptación de una pieza teatral de Patrick Hamilton, reúne en un ático neoyorquino a ocho personajes. Al comienzo, la pareja de homosexuales que ocupan el apartamento ha asesinado, solo por el placer de cometer un crimen, a otro compañero. Pero no vamos a contar la película, sino a hablar de la técnica. La cámara, sobre ruedas, sigue por el piso a uno u otro personaje, para cuando conviene, pero no hay cortes de plano en los 80 minutos de duración del film, los mismos que dura la acción. El mayor problema, el cambio de rollos (las cámaras de la época solo cargaban unos 10 minutos de película) se resolvió acercando la cámara al final de cada rollo a la espalda de un actor; una vez cambiado el celuloide, se alejaba de nuevo y había libertad otros 10 minutos. El espectador no notaba el parón. Para comprender la dificultad de este rodaje en un solo plano, conviene saber que cualquier película convencional tiene unos 600 planos. En las de Hitchcock, normalmente muy planificadas, hasta 1000. Los pájaros (1963), por ejemplo, tiene 1360 planos.
Hay dos constantes en la filmografía de este inglés socarrón: el suspense y el MacGuffin. Los dos conceptos están perfectamente definidos en el libro de François Truffaut El cine según Hitchcock, de lectura obligada para quien quiera aproximarse a la figura del director.
El suspense es lo contrario de la sorpresa y para explicarle la diferencia a Truffaut -y la necesidad de recurrir al primero y evitar la segunda- pone el siguiente ejemplo, citamos de memoria: “unos personajes alrededor de una mesa hablan de cosas anodinas. Esto dura un cuarto de hora hasta que ¡bum!, explota una bomba que el malo había colocado debajo de la mesa. El público, que ignoraba la existencia de la bomba, se lleva una sorpresa, pero antes ha soportado una larga escena sin el menor interés. En cambio, si se nos muestra antes la colocación de la bomba, si vemos cómo el anarquista la programa para que explote a una hora determinada y mientras los personajes mantienen la misma conversación insulsa, vamos viendo en el reloj que hay en la pared que la hora de la explosión está cada vez más próxima, ya no nos aburrimos, ya estamos “dentro” de la escena, porque sabemos más que los protagonistas“.
Eso es el suspense. Rara es la película de Hitchcock en que no podamos ver varios ejemplos: la llave de la bodega en Encadenados (1946) o la entrada en el portal del asesino mientras Grace Kelly está en su casa, buscando pruebas y James Stewart, con la pierna escayolada, sin poder hacer nada, lo ve todo desde La Ventana indiscreta (1954).
Más curiosa -y más divertida- es la explicación sobre el MacGuffin, porque el principio en que se basa su empleo parte de la base de que el MacGuffin no existe, no es nada. Para sustentar su teoría Hitchcock cuenta esta historia, quizás inventada por él mismo sobre la marcha: dos escoceses viajan en tren. Uno pregunta: “¿Qué es ese paquete que ha puesto en la red?” “Oh, es un MacGuffin“. “¿Qué es un MacGuffin?” “Pues es un aparato para atrapar leones en las montañas Adirondak“. El otro salta: “¡Pero si no hay leones en las Adirondak!” a lo que el primero responde: “En ese caso, no es un MacGuffin“.
Parece más bien, y esta historia viene a confirmarlo, que el MacGuffin sea una tomadura de pelo. Lo que pasa es que el público la acepta de buen grado, bien porque no se da cuenta de que lo están manipulando o porque, aun consciente de ello, reconoce la habilidad en la ejecución del truco y la astucia con que Hitchcock lo ha llevado por donde ha querido, manteniendo su interés en lo que está ocurriendo, aunque sea nada.
Hitchcock pone como ejemplo Con la muerte en los talones (1959), en la que desde que secuestran a Cary Grant al principio de la película el espectador sabe que James Mason, Martin Landau y los demás son los malos, y sales del cine la mar de satisfecho porque te has divertido y todo acaba bien…pero sin saber exactamente a qué perversa actividad se dedicaban esos malos. Sabes que una Agencia americana va detrás de ellos, sí. Incluso en una ocasión Cary Grant le pregunta a Leo G. Carroll, el jefe de la agencia y uno de los secundarios preferidos de Hitchcock: “Oiga y ese Vandamm (James Mason) ¿a qué se dedica?” “Importación y exportación“, es la respuesta y ante la insistencia de Cary Grant “Y ¿qué importa y exporta?“, responde displicente: “Bah, secretos de los gobiernos” y zanja la conversación. Un estupendo MacGuffin.
Preferimos, para demostrar claramente lo que es, el de Psicosis (1960): Al inicio de la película Janet Leigh roba 40.000$ de la oficina en que trabaja de secretaria y huye en su coche y llega al famoso motel de Norman Bates (Anthony Perkins). Hitchcock nos mantiene durante media película pendientes de los 40.000$: nos los muestra en primer plano, Janet Leigh los saca del sobre en que los llevaba para ingresar en el banco, titubea, quiere esconderlos bien, que no llamen la atención. Los envuelve en un periódico y deja el paquete sobre la mesilla de noche de su habitación del motel. Se mete en la ducha, viene la señora Bates y la apuñala. Luego viene Norman a limpiarlo todo y de cuando en cuando la cámara y la mirada de Perkins se detienen en el periódico. Por fin coge el paquete… y lo mete con todos los demás objetos personales de Janet Leigh incluido su cadáver en el coche, al que sumerge en un pantano. ¡Y no vuelve a tener relevancia el dinero robado en toda la película! Nos ha tenido casi una hora pendientes de un MacGuffin.Seleccionamos ahora las cinco películas que encabezan nuestro ranking.
1.- Vértigo (1958). Para quien esto escribe, no solo la mejor película de Hitchcock, sino una de las 10 (o de las 5) más grandes de toda la historia del cine. Una densa y absorbente tragedia de amor y muerte. En su estreno no tuvo muy buena acogida, pero ha ido creciendo con el tiempo y hoy en día muchos amantes del cine la tienen entre sus películas de cabecera. Es una adaptación de Entre los muertos, una novela francesa de los autores de Las diabólicas, Boileau y Narcejac. Según Truffaut, escribieron la novela con el exclusivo propósito de que se la comprara Hitchcock. Un extraordinario James Stewart y una espléndida Kim Novak, aunque a Hitchcock parece ser que no le dejó muy contento.
2.- Con la muerte en los talones (1959), realizada inmediatamente después de Vértigo, está en las antípodas de aquélla: nos presenta una de las situaciones más recurrentes en el cine del maestro, la persona confundida con otra y que por ello tiene que soportar innumerables y peligrosos avatares, aunque, a diferencia de Falso culpable (1957) en esta ocasión está desarrollada casi en clave de comedia, nunca llegas a pasar verdadero miedo por los protagonistas. Y un plano final con un simbolismo erótico tremendamente explícito, inusual en el cine de Hitchcock, más bien pudoroso.
3.- Psicosis (1960), casualmente seguimos el orden cronológico, aunque nuestra lista es por orden de estima. No vamos a hablar más de esta película, que suponemos bien conocida por los lectores. En general es modélica, desde el elaborado guión, al complicado montaje, la inquietante fotografía en blanco y negro de Russell y llenándolo todo, la obsesiva música de Bernard Hermann. Orquestado por la mágica batuta de Hitchcock, roza la perfección. Excelente film de suspense.
4.- Encadenados (1946), damos un salto hacia atrás para incluir esta historia de amor y de intriga, de agentes americanos y nazis peligrosos en un Brasil que, como Argentina, era refugio seguro para los nazis huidos de Europa. Una película con todos los ingredientes del cine hitchcockiano, MacGuffin incluido (la botella de vino con uranio) y con los mejores actores del momento para interpretarla: Ingrid Bergman y Cary Grant.
Y 5.- Quizás aquí debería venir La ventana indiscreta, o Los pájaros, o La sombra de una duda, u otros cinco o seis peliculones que se nos echan encima pidiendo su puesto en este personal y discutible ranking. Pero vamos a saltarnos el protocolo y, como hicimos en la crónica anterior, incluir una película poco conocida, muy poco hitchcockiana, pero para la que guardamos el mismo comentario que con Avanti, de Billy Wilder: si la inclusión en esta crónica sirve para que algún lector que no la conoce la busque y la vea y la disfrute como nosotros, nos damos por satisfechos: hablamos de Pero ¿quién mató a Harry? (1956), una comedia negra, con dos actrices y dos actores en estado de gracia y los bosques de Vermont en otoño maravillosamente fotografiados.
Post scriptum.-
Ya finalizada esta segunda entrega de Europeos en Hollywood y mientras buscábamos ideas para una tercera en Mi diccionario de cine, de Fernando Trueba (Galaxia Gutenberg, 2006), hemos tropezado en la contraportada con unos párrafos del autor para justificar la publicación de su obra, donde, entre otras cosas, dice:
“La historia del cine y la crítica llamada seria están construidas sobre tal cantidad de arbitrariedades, verdades aceptadas, tópicos y caprichos; su presunta objetividad es tan discutible…“
Y un poco más abajo:
“Visto que la crítica seria tardó casi tanto tiempo en reconocer los méritos de Hitchcock como la Iglesia en reconocerle alma a las mujeres…“
O sea, que opina como nosotros. O nosotros como él, pero está visto que por uno u otro motivo, siempre acabamos hablando del mayor de los Trueba.
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Interesante redacción que muestra de la genialidad de Alfred Hitchcock y su apreciable dominio de los aspectos artísticos que hoy en día continúan influenciando a un gran número de cineastas.