(1) TRANSCENDENCE, de Wally Pfister.

LA MÁQUINA QUE QUISO SER DIOS
Wally Pfister, el director de fotografía habitual de los films de Christopher Nolan, debuta en la dirección con Transcendence, una discreta fábula tecno-futurista sobre los potenciales abusos del desarrollo tecnológico en la que apenas se advierte su multimillonario presupuesto de 100 millones de dólares.
Lejos del malabarismo narrativo del productor, guionista y realizador inglés nos encontramos ante una ciencia-ficción que se esfuerza por resultar interesante sin abusar de los efectos especiales, dándole una mayor importancia a la historia y a los personajes. Y eso lo consigue en una primera parte que plantea una serie de hondos interrogantes al espectador, pero que finalmente se decanta por el típico relato de acción en una segunda parte más liviana y convencional. Seguramente por ese motivo ha resultado ser un fracaso de taquilla en Estados Unidos, recibiendo unánimes reprobaciones en la prensa especializada.
Transcendence reflexiona sobre la excesiva dependencia que tiene la Humanidad de la tecnología, pues sin ella no podríamos existir en los términos actuales, y los peligros reales de que el desarrollo científico acabe creando un monstruo que no pueda ser detenido.
En un futuro próximo, algo que todavía no conocemos ha provocado que las personas hayan quedado privadas de los aparatos electrónicos que nos hacen la vida más fácil: sin electrodomésticos, sin ordenador, sin móviles, sin TV, sin videojuegos, sin vehículos, etc. Tras este breve prólogo, se nos presenta al Doctor Will Caster, un reputado especialista en Inteligencia Artificial (IA) que logra crear una máquina en la que es posible volcar la consciencia humana, sus recuerdos y toda la gama de emociones. Su fiel y amante esposa Evelyn y su mejor amigo, Max, trasladan la consciencia del científico a este ingenio electrónico tras sufrir un ataque terrorista que logra acabar con su vida. La voracidad del ya virtual y omnipresente Will, una entidad sin límites capaz incluso de manejar la materia a su antojo, se convertirá en un peligro para la Humanidad.
De eso va Transcendence. Trascender hacia el vasto mundo virtual para sobrepasar los estrechos límites biológicos. Es entonces cuando comienzan las dudas acerca de que hasta qué punto el ser que se comunica con Evelyn y Max desde la pantalla del ordenador es el propio Will intentando salvar el mundo de la autodestrucción o, en cambio, se trata de una malvada máquina pensante y sensible que les engaña para llevar a cabo una auténtica invasión a la Tierra.
Considero que el planteamiento de la película está atiborrado de buenas ideas y Wally Pfister es eficaz en su ejecución, pero progresivamente Transcendence va decayendo poco a poco en lo ordinario, culminando en la aparición de esa legión de superhombres alentada y entrenada por la máquina que quería evolucionar hacia la divinidad.
No ayuda un Johnny Depp hierático, incapaz de sobresalir en personajes que no requieran excentricidad. Sin disfraces, prótesis ni pelucas, el actor estadounidense, estrella absoluta de la función, parece desganado, aburrido de sí mismo y de su artificial omnipresencia en lo que acaba siendo una experiencia cinematográfica totalmente intrascendente.
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