(0) YO, FRANKENSTEIN, de Stuart Beattie.

SI MARY SHELLEY LEVANTARA LA CABEZA…
Adaptación fílmica del cómic —perdón, novela gráfica— homónimo de Kevin Grevioux, Yo, Frankenstein es ejemplo paradigmático del proceso irreversible de degradación de los grandes relatos clásicos cuando éstos son sometidos a una puesta al día, algo muy de moda actualmente en un Hollywood falto de ideas originales.
Ante el evidente fracaso de renovación de las formas tradicionales del Arte y la clamorosa ausencia de nuevos referentes culturales propios de nuestra época, la posmodernidad digiere y regurgita las grandes obras universales bajo la forma de intrascendentes pastiches donde se mezcla de todo, sin orden ni concierto. Así, en el caso que nos ocupa, todo tipo de fauna mitológica pulula por una realidad en la que el monstruo de Frankenstein se ve obligado a intervenir en una guerra milenaria entre demonios y gárgolas, asumiendo a su pesar el papel de héroe involuntario, mientas la Humanidad ignora hasta qué punto está en peligro de extinción.
Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), la más conocida aportación literaria de la escritora inglesa Mary Shelley, es una simple excusa para desarrollar un argumento simplón en el que no sólo se pervierte la esencia del personaje protagonista sino que se le convierte en un experto luchador, mortalmente eficiente, que interactúa con otras criaturas de la noche con pasmosa naturalidad. Todo vale, reproduciendo esa estética Matrix que se ha impuesto en la mayoría de las producciones de este tipo que mezclan la acción con la fantasía o el terror, como la interminable saga Underworld y sus sucedáneos.
Acción, luchas, explosiones… ahí es donde se nota los medios técnicos aportados, cuya factura final se me antoja, no obstante, visualmente atractiva, pero enseguida, rasgando un poco la superficie, se advierten los endebles engranajes que sostienen el espectáculo.
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