EUROPEOS EN HOLLYWOOD (I)

BILLY WILDER
Comenzamos con esta crónica una serie de colaboraciones de un querido vecino de José y Pau Vanaclocha, un octogenario enamorado del cine desde los años cuarenta y una verdadera enciclopedia andante del Hollywood de los cincuenta y sesenta.
Estos escritos no intentan ofrecer más datos de archivo que los imprescindibles. Las biografías, filmografías y chismografías las podrá encontrar el internauta en la magnífica enciclopedia de Vanavisión o en Wikipedia.
Aquí solo se pretende, de forma absolutamente subjetiva, hacer llegar a quien leyere la opinión de un fanático del cine hecho en Hollywood por los europeos que recalaron allí huyendo del nazismo, judíos o no, o llamados por las emergentes productoras de la meca del cine. Y comentar, siempre desde el personal enfoque del cronista, alguna de sus mejores obras americanas.
Los lectores decidiréis si Europeos en Hollywood se mantiene un par de semanas o dura años y años. Si os gusta, hacédnoslo saber y seguiremos. Entre directores y actores, hay para rato, siempre que tenga cuerda este colaborador. Empezamos, naturalmente, por el más grande: Billy Wilder.
Cuando llega a Hollywood, en 1934, Billy Wilder ya lleva dentro mucho cine: había firmado en Alemania una docena de guiones y co-dirigido en París con Alexander Esway ese mismo año Curvas peligrosas.
Desde el 34 al 41 escribe en colaboración con otros guionistas, pero principalmente con Charles Brackett otros doce guiones para directores de la talla de su maestro, Lubitch (Ninotchka, 1939), Hawks (Bola de fuego, 1941) o Leisen (Si no amaneciera, 1941). Con estos tres guiones comienzan sus nominaciones a los Oscar y sus reiteradas frustaciones: fue nominado en 21 ocasiones y obtuvo 6 estatuillas: 2 como director: Días sin huella (1945), y El apartamento (1960), 3 como guionista: Días sin huella, El crepúsculo de los dioses (1950) y El apartamento, más un galardón en 1987 a toda su carrera, el Irving G. Thalberg, cuando ya llevaba seis años sin trabajar porque las compañías de seguros lo consideraron, a sus 75 años, demasiado viejo para su gusto. Murió veinte años después, a los noventa y cinco.
Las veinticinco películas que escribió y dirigió Wilder en Hollywood, desde El Mayor y la menor (1942) a Aquí un amigo (1981) son una maravilla. El cronista las ha visto todas muchas veces y no se cansa de revisitarlas. Siempre descubre algo nuevo que le hace admirarlas un poco más. Cualquiera de ellas, incluso las que tuvieron una pésima carrera comercial o las que machacó la crítica, como El vals del emperador (1948) tiene dentro más cine que el 90% de lo que se hacía entonces y, desde luego, el 100% de lo que se hace ahora.Si tuviera que seleccionar cinco favoritas, el cronista abriría la lista con El apartamento, una maravillosa comedia agridulce, de la que podríamos estar hablando horas y horas, pero no vamos a hacerlo. Si no la han visto, por favor, búsquenla y véanla. Y si la han visto, también: fíjense en los pequeños detalles, en los magistrales diálogos, en esos decorados, en esa espeluznante oficina, averigüen cómo lograron ese efecto Edward G. Boyle y Milt Rice, decorador y autor de los efectos especiales, respectivamente.
Seguimos con Perdición (1944), única incursión del genio en el cine negro (Días sin huella, El gran carnaval (1951) o, en otra vertiente, El crepúsculo de los dioses o Testigo de cargo (1957) no pertenecen a lo que los de Cahiers du Cinema bautizaron como “Film Noir”. Nos gusta más el título original, Double indemnity, que es el de la novela de James M. Cain, el autor de El cartero siempre llama dos veces, llevada al cine en repetidas ocasiones. Ambas novelas tienen la misma atmósfera y dos personajes femeninos parecidos: el de Lana Turner en El cartero siempre llama dos veces de Tay Garnett y el de Barbara Stanwyck en Perdición: unas asesinas desalmadas que, como debe ser, acaban recibiendo su merecido, sea a manos del hombre al que han llevado a la perdición o por intervención de la justicia divina.
Sunset Boulevard o El crepúsculo de los dioses es otra obra maestra, con unas sensacionales interpretaciones de dos veteranos: Gloria Swanson y Erich von Stroheim y un estupendo William Holden, nominado al Oscar, que fue a parar al portoriqueño José Ferrer por su estupendo Cyrano de Bergerac. La película tuvo en total 11 nominaciones, incluidas mejor película y mejor director, pero solo obtuvo 3: mejor guión adaptado, mejor decorado en blanco y negro y mejor banda sonora de film dramático, porque tuvo la mala suerte de que ese año, 1950, le tocó competir con Eva al desnudo que fue elegida mejor película y Mankiewicz mejor director. No fue solo Wilder el defraudado; y es que la cosecha de 1950 es de las más importantes o quizá la mejor, de toda la historia. Aun a riesgo de cansar al paciente lector, el cronista no se resiste a mostrar algunos datos: otras dos nominadas a mejor película fueron Nacida ayer, de Cukor y El padre de la novia, un estupendo Minelli. Entre los nominados a mejor director estaban, junto a Wilder, John Huston por La jungla de asfalto y Carol Reed por El tercer hombre. Y también andaba por allí Elia Kazan, con Pánico en las calles.
(Si el cronista se embala puede aburrir hasta a las ovejas. Al ser esta su opera prima, no tiene baremos para medir cuando empieza a pasarse y espera que sean los sufridos lectores los que le vayan marcando el rumbo: si quieren menos datos, o más, o si así vamos bien…).Sigamos: la cuarta en la lista de favoritas es Con faldas y a lo loco (1959), para el cronista la mejor comedia de todos los tiempos.
Diálogos, gags, ambientación, interpretaciones, con una Marilyn de infarto. Y la mejor forma de rematar cualquier película, una frase que pase a la historia del cine. En Casablanca era “creo que este puede ser el comienzo de una hermosa amistad” y aquí el “nadie es perfecto” del millonario Osgood, un divertidísimo Joe E. Brown, cuando Jack Lemmon se quita la peluca y le confiesa que es un hombre.
Para elegir la quinta y última, el cronista ha estado barajando varios títulos (como ha quedado claro, le entusiasman todas) y al final se ha decantado por otra comedia que no es de las más conocidas; así, si algún lector no había oído hablar de ella y gracias a esta recomendación la ve, se dará por satisfecho. Nos referimos a Avanti, que en España se exhibió con el estúpido título de ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre? (1972), de nuevo con un impagable Jack Lemmon, quinta película con el maestro. Aún rodaría dos más. Estupenda comedia romántica.
Esperamos haber contagiado algo de nuestro entusiasmo por Billy Wilder a algún lector de esta joven revista on line.
Buscando un efecto final de impacto, nada mejor que recordar las palabras que Fernando Trueba pronunció en un más que aceptable inglés al recoger su Oscar por Belle Époque (1992): “Daría gracias a Dios por este premio, pero yo no creo en Dios, solo creo en Billy Wilder, por tanto: Gracias, Mister Wilder“.
4 comments
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Excelente crónica,artículo o desfasalículo. Como única objección, quizás hay demasiados títulos.
Es agradable ver que aun hay gente que recuerde el buen cine, sigue así
Es muy grato encontrar este tipo de espacios en los cuales se encuentran referencias serias y se comenta el mejor cine.
Muchas gracias.