(3) VIVA LA LIBERTAD, de Roberto Andò.

LAS VERDADES DEL LOCO
En alguna de sus películas, Nanni Moretti exhortaba a los políticos italianos de izquierdas a abandonar su cómoda pasividad y a vituperar con decisión los abusos y corrupciones de la derecha berlusconiana. El primer largometraje que nos llega de Roberto Andò —escritor, director de teatro y de ópera, cineasta— viene a desarrollar esta idea y lo hace a partir de un guión, elaborado con la colaboración de Angelo Pasquin, que adapta su premiada novela Il trono vuoto (2012), tributaria del maestro Leonardo Sciascia. El film obtuvo dos David de Donatello del cine italiano, uno al mejor guión y otro al mejor actor de reparto (Valerio Mastandrea).
Al logro de este interesante film contribuye la dual presencia protagonista del actor Toni Servillo —La gran belleza (2013), de Paolo Sorrentino— encarnando a Enrico, secretario general del principal partido de la oposición que huye despavorido al conocer los malos resultados de una encuesta pre-electoral, y a su hermano gemelo Giovanni, un profesor de filosofía que acaba de salir de una clínica psiquiátrica y que sustituye al primero gracias a su parecido físico aunque sorprende a todos por su novedosa actitud como dirigente.
La película, no sin notables dosis de ironía en forma de parábola, nos muestra la trayectoria en paralelo de ambos hermanos utilizando el recurrente tema del “doble” y contrastando la figura del hombre inteligente, seductor y atrevido que se gana el favor de la ciudadanía con la del cobarde fugitivo que, a su vez, toma contacto con la gente ordinaria y acaba asumiendo las virtudes de sensatez y osadía que le faltaban. Al final se cierra el círculo con un nuevo intercambio de personalidades, regresando el relato a sus orígenes.
Lo mejor de Viva la libertad es probablemente su habilidad para combinar la ligereza de tono —nada de manifiestos trascendentes— con una seria reflexión en torno a la actual crisis social, económica y ética que infecta al occidente europeo, sugiriendo como remedio el retorno al humanismo, la justicia y la razón. El punto de vista del autor se materializa en algunas frases y diálogos tan sencillos como lúcidos sin que el discurso fílmico se olvide de censurar determinados comportamientos de la “clase” política y de los partidos: el exceso de burocracia y una estrategia alejada de la calle, con decisiones arbitrarias e impopulares que aquí se presentan como opuestas al hedonismo de la cultura y el arte, como contrarias a la belleza del mundo.
Película comprometida que evita, no obstante, toda tentación de dogmatismo panfletario, que no resulta farragosa y cuyo didactismo nunca llega a abrumar: la acción de gobierno debe huir de las fórmulas fosilizadas y el ejercicio del poder, como la misma existencia cotidiana, nunca puede ser una representación —una ficción— carente de honestidad y de benevolencia.
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