(2) DOM HEMINGWAY, de Richard Shepard.

HISTRIÓNICO LOOSER
“Renovarse o morir”, ha debido pensar Jude Law, el otrora galán oficial del cine británico, a medida que su alopecia le alejaba del tradicional papel de guaperas protagonista. En su defensa, he de decir que si quería cambiar su imagen y potenciar su vertiente interpretativa lo consigue en la última película del estadounidense Richard Shepard, especializado en historias marcadas por un ácido humor negro, que le regala un papel diseñado a su medida.
Digno discípulo de Guy Ritchie —a la altura de RocknRolla (2008)— y de Quentin Tarantino, a los que imita su atractiva puesta en escena, sus incisivos diálogos y sus repentinos estallidos de violencia, el realizador configura un entretenido relato sobre las segundas oportunidades de la vida al narrar las peripecias de un histriónico ladrón que, tras estar 12 años en prisión, pretende cobrarse la deuda del mafioso al que protegió —no delatándolo a pesar de que así reduciría la condena— al mismo tiempo que desea recuperar el cariño de una hija a la que no ve desde que era adolescente.
Rufián, altanero, malhablado, impertinente, y con una facilidad pasmosa para meterse en problemas, Dom es sin duda el auténtico reclamo del film alrededor del cual gravita todo lo demás. Es un antihéroe casi tan carismático como El Nota de El gran Lebowsky (1998), aunque igual de perdedor. A pesar de todo, logra despertar la simpatía del espectador, gracias en parte al buen oficio de un actor desatado dispuesto a dejar atrás su mencionado encasillamiento y a explorar otros papeles, exigiéndole sacrificios como el tener que ganar peso y ofrecer su interpretación más repulsiva.
A pesar de su brillante comienzo, con un irreverente monólogo sobre la grandeza de su pene mientras le practican una felación, y de una descripción sobria del mundo del hampa, Dom Hemingway no logra mantener el ritmo y la tensión a lo largo del metraje, salvo determinadas secuencias. Progresivamente va perdiendo inspiración y se aleja de la frescura inicial, derivando en una segunda parte que retrata la redención de un padre que se reencuentra con su hija y al que se le ablanda el corazón, mientras se ve obligado a recuperar su antiguo oficio.
Nos encontramos, pues, ante una película divertida, incluso con algunos destellos de extravagancia y originalidad, pero que acaba cayendo en la improbable domesticación del protagonista y en un desenlace artificiosamente gratificante que devalúa el resultado final.
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