(1) NOÉ, de Darren Aronofsky.

LA NUEVA CARA DEL CINE BÍBLICO
Tras un largo período de letargo debido al imparable proceso de secularización en Occidente, el cine religioso de antaño regresa —de la mano de un tradicionalismo católico en auge— con un rostro rejuvenecido por el desarrollo tecnológico y el refinamiento estilístico de la mano de un Darren Aronofsky que se debate entre su condición como operario de un trabajo por encargo y su espíritu creador propio de un autor consolidado.
Ha llovido mucho desde la época gloriosa del mencionado género, cuando para competir con la TV la industria de Hollywood realizó numerosas superproducciones que aprovechaban la espectacularidad del cinemascope para volver a atraer al público a las salas de cine, siendo temas recurrentes los más conocidos episodios bíblicos. En concreto, la historia de Noé y su gigantesca Arca ha sido trasladada al cine en varias ocasiones, considerándose el punto álgido de traslación fílmica el episodio de John Huston de la versión de la Biblia de 1966.
Noé representa la nueva cara del cine bíblico de antaño cuya esencia reside no tanto en la literalidad de la sagrada fuente sino en la interpretación personal del cineasta responsable, adaptándose al moderno discurso hollywoodiense actual. El resultado es un majestuoso blockbuster sazonado con la épica propia de la fantasía heroica que narra el calvario de un hombre elegido por Dios para preservar de su venganza a la fauna terráquea ante el inminente Apocalipsis en forma de diluvio que barrerá a la Humanidad de la faz del planeta.
Para ello Aronofsky suaviza el trascendentalismo de la propuesta centrándose en tramas más mundanas alrededor de la familia del protagonista en un intento de humanizar el relato racionando la manifestación divina en contadas ocasiones, percibiéndose constantemente la presencia silente del Todopoderoso.
Es a nivel técnico donde se nota el abultado presupuesto, regalando al espectador varias secuencias trascendentales visualmente portentosas, si bien el diseño de escenarios y de personajes fantásticos deja bastante que desear al recordarnos una rácana versión del universo literario de El señor de los Anillos y contextualizando la acción en una especie de Era Hiboria propia de los relatos de Conan el Cimmerio, personaje creado por Robert Ervin Howard en 1932. Licencias artísticas con las que el realizador pretende rellenar contenido y añadir tensión a una fábula que carece en realidad de emoción y complejidad.
A pesar de la presencia del sólido y convincente Russell Crowe y de un equipo actoral de cierta enjundia, en el ámbito de personajes Noé fracasa al mostrarlos sin matizaciones y sin capacidad de evolucionar. Y es que no conviene olvidar del antiquísimo origen del relato y su carácter metafórico para aleccionar contra la maldad y sus funestas consecuencias.
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