(1) KAMIKAZE, de Álex Pina.

CONVIVIENDO CON MI ENEMIGO
La idea de la que parte Kamikaze, el debut como director de largometrajes de Álex Pina, guionista de TV responsable de series tan conocidas como Los Serrano y El barco, es cuanto menos sugestiva: una inclemencia meteorológica obliga a un terrorista que pretende inmolarse en un avión a convivir con sus víctimas durante varios días, surgiendo vínculos afectivos entre ellos hasta el punto de entrar en conflicto con sus motivaciones políticas y finalmente desistir de su propósito.
Se trataría, por tanto, de un valiente retrato del fenómeno terrorista al ponerlo en primera persona y un emotivo relato sobre la posibilidad de redención y la necesaria empatía entre víctimas y verdugos para superar pacíficamente los conflictos, configurando un canto a la fraternidad entre pueblos.
Sin embargo, pronto se aprecia el erróneo enfoque del realizador al no definir claramente el género empleado, y al diluir el eje narrativo en un protagonismo coral que despista la atención del espectador en distintas subtramas cargadas de exceso sentimental. Así, a pesar de encontrarnos ante una modélica introducción sacada de un thriller, la película no es ni una cinta de acción, ni una comedia ni un drama, aunque comparta numerosos ingredientes de todos ellos. En realidad, Álex Pina juega a romper los moldes preconcebidos mezclando la comedia costumbrista, el drama lacrimógeno, el suspense y los films de catástrofes. Conclusión: intenta abarcar tanto que no concreta nada. La indefinición es su principal defecto.
Kamikaze maneja además dos temas extraordinariamente delicados de una manera demasiado trivial: el terrorismo y el suicidio, cuyo resultado es un humor negro que puede incomodar a un público no acostumbrado a la provocación. Un diálogo sobre las técnicas más eficaces para quitarse la vida en el contexto de un flirteo entre dos desdichados no es, posiblemente, la mejor opción para propiciar la chispa del enamoramiento.
Es una pena, porque en apariencia la cinta es una sólida producción, dirigida con corrección, con una puesta en escena y una fotografía solventes y un fabuloso reparto de secundarios. Pero sobre estos últimos, asistimos a la típica caricaturización de personajes para hacernos reír o despertar nuestra compasión: ahí están el simpático vendedor de zapatos trotamundos —genial Eduardo Blanco, un valor seguro—, una mujer maltratada por la vida con dos revoltosos hijos —aceptable Carmen Machi, que hace lo que puede con el escaso material dramático que se le ofrece—, una joven en plena crisis depresiva que busca desesperadamente el amor —Verónica Echegui es capaz de mucho más, ahí está Seis puntos sobre Emma (2011) para demostrarlo— y una pareja de recién casados diseñados en exclusiva para la réplica cómica —Leticia Dolera e Iván Massagué pasaban por allí—. ¿Y el protagonista? Álex García se esmera en encarnar al desesperado mártir dispuesto a dar la vida por la libertad de su pueblo oprimido, pero luciendo su torso desnudo parece más un anuncio de colonia que un fiel retrato de este terrible fenómeno internacional. Demasiado guapo para representar la desesperación de alguien que no tiene nada que perder. Y su transformación en héroe está resuelta apresuradamente sin apenas gradación, sin la credibilidad suficiente, a pesar de contar con numerosos flash-backs rememorando la pérdida de su familia por la represión rusa.
En definitiva, Kamikaze no pasará a la posteridad dentro del cine patrio, pero tampoco es una pérdida de tiempo si se interpreta como lo que creo pretendía crear Álex Pina: una fábula amable sobre la capacidad del amor para cambiar a las personas y una reivindicación de las segundas oportunidades.
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