(4) JOVEN Y BONITA, de François Ozon.

CUATRO ESTACIONES, CUATRO CANCIONES
La Concha de Oro del último festival de San Sebastián premió los méritos del relevante cineasta francés François Ozon, que aborda una vez más y sin prejuicios el mundo de la adolescencia, relatando la tortuosa trayectoria vital de Isabelle —encarnada por la actriz y modelo Marine Vacth—, una jovencita de 17 años de familia acomodada que se prostituye sin motivos aparentes para ello ya que su conducta no viene condicionada por el dinero, el amor o el placer sino por la excitación y la curiosidad a la hora de explorar nuevos territorios de su sexualidad, en una edad llena de inestabilidad y de vacilaciones, tras perder la virginidad de forma poco satisfactoria, momento en el que ella se desdobla a la vez como sujeto y como objeto de observación.
La mirada de Ozon pretende situarse en una perspectiva neutral, alejada tanto de lo moralizante como de lo morboso, mostrando “la fragilidad y la belleza de la adolescencia”, exponiendo y sugiriendo determinadas situaciones de manera que el espectador se sienta libre para aplicar sus propios criterios valorativos. La película materializa la “tormenta hormonal” que arrastra a Isabelle, presa de su inmadurez, a la búsqueda de una identidad, con los cambios experimentados en su cuerpo y en su mente. En suma, se describe el complicado proceso de descubrimiento de la sexualidad y de los sentimientos pero también de la inseguridad y del riesgo de caminar al borde del abismo.
Al film se le podría reprochar la idealización que hace de la prostitución —de alto nivel económico, sin escenas de violencia o repulsivas— y que no se haya explicitado el componente psicoanalítico de los actos de esta niña convertida en mujer: los clientes maduros como sustitutos inconscientes del padre biológico ausente, explicación que resultaría especialmente apropiada en su afectuosa relación con Georges, un hombre casado —cómplice de ella en la trasgresión moral— cuya esposa, interpretada por Charlotte Rampling, nos proporciona uno de los momentos más turbadores y subversivos de la película.
Un relato, pues, tan preciso como sensible que fracciona la vida de Isabelle en diversas parcelas: la pública (el instituto), la privada (la familia) y la secreta (las citas en los hoteles), distribuyéndola en las cuatro estaciones de un año. Cada una de ellas es iniciada por un personaje distinto: el hermano, un cliente, la madre y el padrastro; en el que se inscribe el curso escolar y las vacaciones.
La actualidad de la historia narrada se hace patente en la forma de captar los clientes —mediante el teléfono portátil, con la eficacia y la discreción de los modernos instrumentos de comunicación social— aunque Ozon también recurre a la alta cultura y a la música pop para enriquecer el discurso fílmico: el poema de Rimbaud y las cuatro canciones de Françoise Hardy sobre amores juveniles tan románticos como fugaces.
Joven y bonita ilustra el viejo concepto de “diablo en el cuerpo”. La desinhibida y oculta conducta de Isabelle va ligada al deseo que ella provoca y, en el fondo, materializa el choque entre las normas socialmente admitidas, a veces hipócritamente, y el arriesgado ejercicio de la libertad personal.
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