(2) UNA VIDA EN TRES DÍAS, de Jason Reitman.

INSOSPECHADO ROMANCE
Basada en la novela Labor Day de la escritora Joyce Maynard, Una vida en tres días es la inesperada incursión en el melodrama del aclamado director Jason Reitman, el quinto título de su breve pero estimable filmografía, caracterizada hasta ahora por la carga de ironía, humor negro y espíritu provocador. Sin embargo, lejos de ser el típico “dramón” propio de un telefilm convencional, el realizador logra configurar un relato compacto, emotivo sin caer en lo lacrimógeno, dirigido con corrección e interpretado por actores solventes. El desafortunado título en castellano puede ser un inconveniente por parecer más liviano de lo que es realmente.
Los hechos son narrados en off por Henry, un chaval que vive con su madre Adèle, víctima de una depresión tras su divorcio. Éste, que empieza a descubrir las pulsiones de la vida adulta, transita entre una madurez precoz al tener que hacerse cargo de su progenitora y la ingenuidad propia de su edad. Un día, conocen en un supermercado a un hombre que les pide que lo alojen en su casa, resultando ser un fugitivo en busca y captura. Durante su reclusión a manos de Frank, un largo fin de semana -coincidente con el primer lunes de septiembre, festivo en Estados Unidos-, madre e hijo empatizan con el extraño, surgiendo entre ellos un firme vínculo afectivo.
El único defecto que pone en riesgo la verosimilitud de la historia es la rapidez con que entre el secuestrador y sus rehenes surge el cariño, ya que el denominado Síndrome de Estocolmo es un proceso psicológico de complicidad y afectividad que necesita cierto tiempo para arraigar y los hechos se suceden aquí aceleradamente. Aún así, en Una vida en tres días se elabora una convincente descripción de estados de ánimo, de gestos y de sentimientos expresados con gran talento gracias al equipo actoral —Kate Winslet, Josh Brolin, Gattlin Griffith— y a la eficaz dirección de actores de un cineasta dotado de un gran sentido de la observación. Destacan esos insertos de primeros planos de miradas, roces y lenguaje no verbal que otros hubieran pasado por alto.
Cierto es que en el tramo final la intensidad emocional se desboca con las ineludibles confesiones y un desenlace endulzado artificiosamente, pero evita empalagar más de lo aceptable. Sin duda nos encontramos ante una obra menor de Jason Reitman, pero todavía refleja en ella su valía.
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