(2) EMPERADOR, de Peter Webber.

LOS ENTRESIJOS DE LA RENDICIÓN DE JAPÓN
Acostumbrados al espectacular hiperrealismo del cine bélico actual, que se recrea más en las hazañas del campo de batalla que en las circunstancias políticas y culturales que rodean el conflicto, Emperador se revela como una grata sorpresa por el aura historicista que evoca el espíritu clásico del género, añadiendo algo de luz a uno de los episodios menos conocidos de la II Guerra Mundial: el encuentro entre el famoso general MacArthur, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en el Pacífico, y el intocable emperador Hirohito, considerado un Dios para los japoneses.
Para ello el film nos introduce justo en los momentos posteriores al lanzamiento de la segunda bomba atómica por Estados Unidos sobre territorio nipón, en Nagasaki, para acelerar el fin de una sangrienta guerra que se alargaba y embrutecía, aún más, por el fanatismo de un enemigo dispuesto a morir matando antes que rendirse, todo ello en nombre de su líder supremo. Tras la capitulación formal de Japón, MacArthur inició la reconstrucción del país, encargando al general Bonner Fellers la misión de investigar la responsabilidad de Hirohito en el arranque y evolución de la contienda y el papel que, según lo primero, debería asumir éste en el futuro.
El eje del relato, pues, gravita en la disyuntiva de si debe incluirse al emperador japonés en la lista de criminales de guerra o si su figura debe indultarse bajo pretextos estratégicos, en uno de los ejemplos más destacables de lo que se viene en llamar la realpolitik, ese ejercicio del poder y la diplomacia sustentada en los aspectos más prácticos al margen de valoraciones éticas o de principios morales.
Basado en una novela de Shiro Okamoto que recrea los 10 días en los que el mandamás del ejército ocupante estadounidense tuvo que tomar una decisión que determinaría el futuro de Japón, la finalidad de Emperador no es tanto dilucidar la culpabilidad o inocencia del soberano, sino revelar que la decisión de eximirlo de culpa supuso una decisión cargada de intencionalidad: ante el peligro de desintegración social o de sublevación nacional y el avance del comunismo en Asia se vio en Hirohito un símbolo de identidad patria que aportaría estabilidad a una sociedad destruida por las bombas, disminuyendo así el trauma de la transición a la democracia y contribuyendo a frenar el expansionismo comunista en esa zona del planeta.
No obstante, Peter Webber cae en la tentación de abordar los sucesos desde el prisma del melodrama añadiendo una trama romántica en el personaje interpretado por Matthew Fox, un hombre que admira la cultura japonesa, encargado de encontrar pruebas sobre la participación de Hirohito en la conflagración. Esta indagación se mezcla con su búsqueda privada de la mujer que amó y perdió antes de la guerra. Ello da pie a una humanización de ambos bandos, aspecto que se agradece, pero su tono reconciliador y ánimo paternalista eludiendo los aspectos más incómodos de aquel episodio histórico acaban afectando el resultado final, que ni el contundente Tommy Lee Jones puede reparar.
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