(1) 300: EL ORIGEN DEL IMPERIO, de Noam Murro.

ÉPICA DOPADA DE ESTEROIDES
Reconozco que la estética instaurada en 300 (2007) por Zack Snyder, trasladando la cadencia de las viñetas de la conocida novela gráfica de Frank Miller, me resultó un interesante e innovador ejercicio de estilo que conseguía su mayor propósito: un digno entretenimiento. El valor de la singularidad, incluso la extravagancia, influyó en mi percepción.
Era lógico que el inapelable éxito del film promoviera la imitación de lo que ya se conoce como “estilo 300”, deudora de la saga que inauguró Matrix (1999), caracterizada por la teatralización de una violencia explícita mediante el abuso del ralentí rodeada una escenografía generada por ordenador, envuelta en luces y texturas irreales, contada al ritmo frenético de un DJ metido a compositor.
El problema es que, eliminado el elemento originalidad de la ecuación, las películas que han asumido su misma estética han sufrido un fracaso sin paliativos, desde la desacertada actualización de Furia de Titanes (2010) y su secuela Ira de Titanes (2012) a la decepcionante Immortals (2011). Me temo que el film de Noam Murro no es una excepción.
Especie de spin-off en paralelo de la Batalla de las Termópilas protagonizado por Leónidas y sus trescientos espartanos, 300: El origen del imperio nos traslada a otro escenario de las llamadas Guerras Médicas (499 – 449 A.C.), el mar Egeo y su costa, donde se enfrentaron el general ateniense Temístocles frente a las tropas persas lideradas por Jerjes y su aliada Artemisa, comandante de su poderosa flota.
En esta segunda entrega de lo que ya parece la consolidación de una saga, Snyder abandona la dirección para centrarse en labores de producción, dejando al mando al israelí Noam Murro, que reincide con una aventura musculada con esteroides que combina sangrientas secuencias bélicas con altisonantes discursos épicos bajo la apariencia de un videojuego de última generación. Una excusa para ofrecer al espectador un pase de modelos escultóricos con cierto aire homoerótico interrumpido por una Eva Green que aporta el elemento femenino en el fragor del conflicto y una escena de sexo agresivo en la que saltan chispas.
Es una pena que Sullivan Stapleton no sea Gerard Butler, ni que Noam Murro sea Zack Snyder. Sin atisbo de innovación, fabricada en serie, esta secuela se limita a dar lo que se espera de ella, ni más ni menos. Un rato de divertimento para los fieles a la épica guerrera.
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