(5) NEBRASKA, de Alexander Payne.

EL TIMO DEL MILLÓN DE DÓLARES
El cine estadounidense ha retratado con frecuencia la llamada “América profunda”, aquella formada por los estados del centro de EE.UU. en cuya población, reducida y en gran medida rural, abundan los viejos jubilados —los jóvenes buscan su futuro en las grandes ciudades y en la costa— y en donde el cultivo de cereales y la ganadería apenas logran compensar la escasez de industria. Para empeorar las cosas, la crisis económica ha acabado por derrumbar ese legendario “sueño americano” ahora sustituido por un hondo sentimiento de frustración y por una profunda melancolía.
Nebraska es el sexto largometraje que llega a nuestras pantallas de Alexander Payne —realizador de los interesantes Entre copas (2004) y Los descendientes (2011)—, un director y cineasta nacido en Omaha, una ciudad de la cuenca del Missouri, en el estado que da título al film, cuyas grandes llanuras están muy bien captadas aquí por una fotografía en blanco y negro y en scope de un tono gris ceniza que subraya la enorme desolación del espacio geográfico. Alexander Payne ha logrado fama de ser un magnífico creador de personajes y, sobre todo, un excelente director de actores, interesándose especialmente por la gente corriente en medio de situaciones cotidianas, satirizando la actual sociedad norteamericana.
En mi opinión, en el cine sonoro estadounidense hay tres obras clave, auténticas obras maestras, que nos muestran lo fundamental de esa “América profunda” que intento explicar: Las uvas de la ira (John Ford, 1940), The last picture show (Peter Bogdanovich, 1971) y la presente Nebraska. La primera cuenta la ruina y el abandono de las tierras por los campesinos; la segunda enlaza metafóricamente la pérdida de la inocencia adolescente con el cierre del último cine de un pequeño pueblo y la tercera —de manera no menos simbólica— centra su atención en la decadencia física y mental de Woody Grant, un anciano alcohólico encarnado por Bruce Dern —premio a la mejor interpretación en el festival de Cannes 2013—, un hombre totalmente deteriorado que finalmente logra redimirse recuperando su dignidad y generosidad pese a las adversas circunstancias que le rodean.
La película adopta la forma narrativa de una road movie, con el motivo central del viaje en coche que emprenden padre e hijo persiguiendo una quimera —un fabuloso premio—, itinerario que no es sino una oportunidad para su reencuentro tras un distanciamiento que termina cuando ellos recuperan el mutuo afecto. Un relato realista, lleno de gestos y detalles de alto voltaje emocional, elaborado con una pasmosa perfección y sin efectismo melodramático alguno, que consigue mezclar la comedia y el drama de una forma tan sobresaliente como sutil.
Nebraska es un film dotado de una profunda humanidad que combina generosidad y mezquindad, amistad y vileza, cariño y rivalidad formando un admirable cuadro de tipos y de ambientes en cuyo reparto también aparece, como “malo” codicioso, Stacy Keach, el inolvidable boxeador de Fat city (John Huston, 1972). Sin duda, la mejor película del año.
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