(3) LA VENUS DE LAS PIELES, de Roman Polanski.

EL RITO DEL MASOQUISMO
Roman Polanski ha adaptado al cine una pieza teatral de David Ives, también guionista del film, inspirada a su vez en la novela La Venus de las pieles (1870) del austríaco Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895), que vertió en sus obras sus propias fantasías sexuales, analizadas más tarde por el Dr. Krafft-Ebing para diagnosticar los síntomas del masoquismo —una patología que ha dado lugar a abundantes estudios de sexólogos y psicoanalistas— dado que, contra toda lógica, el sujeto de esta “perversión” sólo halla placer en el maltrato y en la humillación que le proporciona su pareja, práctica que puede ir asociada también al fetichismo y al travestismo.
En el cine ha habido multitud de pornos —en su modalidad “sado”— que han utilizado toda la parafernalia de cueros, látigos, cadenas, etc. para construir vulgares simulacros y torpes representaciones, pero también han resultado fallidos, por demasiado artificiosos, los intentos de abordar la cuestión con mayor precisión y fundamento: véase Portero de noche (Liliana Cavani, 1975) e Historia de O (Just Jaeckin, 1975). Mucho más productivo ha resultado, sin embargo, regresar a los orígenes, a las investigaciones y descripciones sobre la compleja —y frecuentemente turbia— sexualidad humana realizadas en Europa Central entre los siglos XIX y XX, tanto por el psiquiatra Sigmund Freud como por los escritores Arthur Schnitzler y Frank Wedekind, cuyos trabajos se han visto plasmados en algunas interesantes películas, las que van desde Lulú (G. W. Pabst, 1928) y varios títulos de R. W. Fassbinder hasta la cinta póstuma de Stanley Kubrick, Eyes wide shut (1999).
Polanski, realizador dotado de un enorme talento, fue consciente de la dificultad de abordar directamente el texto original de Sacher-Masoch ya que la vocación de la imagen cinematográfica es esencialmente realista mientras que esta novela apoya su discurso en elementos de naturaleza eminentemente onírica. Así pues —como ya hizo Louis Malle en Vania en la calle 42 con el libreto de A. Chejov— en esta ocasión el film se desarrolla a distintos niveles de significación y de punto de vista, abriéndose y cerrándose mediante sendos travellings sobre las puertas del teatro en cuyo escenario dos únicos personajes —Thomas y Vanda, muy bien interpretados por Mathieu Almaric y Emmanuelle Seigner— van asumiendo sus respectivos papeles a partir de una audición destinada a elegir a la actriz que deberá representar La Venus de las pieles.
Pero lo que empieza siendo un enfrentamiento exclusivamente técnico entre un director de escena y una aspirante a encarnar un personaje de la obra se va deslizando de forma imperceptible hacia un ensayo-representación de la propia pieza escénica asumiendo uno y otra los roles del hombre y de la mujer en un alambicado juego de seducción y de mando cuyas fronteras aparecen muy difusas. Y así, vida cotidiana y ficción se entremezclan estableciendo una ambigüedad que permite pasar sutilmente del drama a la parodia y regresar al punto de partida, todo ello realizado con medios expresivos variados: gestos y frases de los actores, iluminación, escenografía, vestuario, etc. Las sucesivas escenas van mostrando la evolución de los personajes y profundizando en el cambiante sentido de sus pulsiones eróticas, removiendo resortes tanto racionales como subconscientes, para poner al descubierto los mecanismos mediante los que se despierta el deseo y se llega al placer.
La Venus de las pieles es una película inteligente, madura y compleja que enseña y clarifica lo que habitualmente se entiende como sexualidad perversa, amoral o morbosa en un ejercicio narrativo minimalista pero profundo en el que asume un importante papel Alexandre Desplat, cuya música contribuye poderosamente a crear y a subrayar la gran variedad de situaciones y de sentimientos que van desfilando por la pantalla.
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