(1) ROBOCOP, de José Padilha.

LA VENGANZA DEL CYBORG
Únicamente la generación que disfrutó su adolescencia en los años ochenta, década de apogeo del género de acción, reconocerá a Robocop (1987), el clásico de Paul Verhoeven, su condición de título emblemático. Visto a posteriori, no sólo se anticipó casi treinta años a la situación de quiebra económica y social de Detroit —la cuna del automóvil estadounidense, actualmente en bancarrota y con altísimos niveles de delincuencia—, sino que combinó un escenario distópico no exento de crítica al sistema, una temática de ciencia-ficción que introdujo la figura del cyborg en la mitología contemporánea, una alta dosis de violencia y un eficaz entretenimiento.
El ruidoso remake de José Padilha, autor de la impactante Tropa de Élite (2007), no es una mala película, pero deja un amargo sabor a déjà vu al no haber transcurrido tiempo suficiente para olvidar su referente. Más allá de las mejoras técnicas respecto a su antecesora, la nueva versión apenas justifica su existencia más allá de la simple actualización para el público más joven y una excusa para recaudar en taquilla.
Y eso que contiene interesantes planteamientos que, sin embargo, no desarrolla suficientemente. Los intereses de la industria armamentística por desplegar sus tentáculos fuera y dentro de los Estados Unidos, el precio que la sociedad está dispuesta a pagar por la seguridad, el sentido torticero de la Justicia como venganza y represión, la imposición de la fría lógica de la máquina en sustitución del elemento humano, la militarización de la sociedad e incluso el poder de los mass media son algunos de los temas que plantea en su arranque y que se van diluyendo según avanza la cinta. El guión de Joshua Zetumer se va apartando de su atractivo contexto para centrarse en el drama personal del descuartizado Alex Murphy y en la lucha que hombre y máquina libran en su interior, explorando el trauma personal y familiar tras su transformación en héroe metalizado.
A rebufo de esa enervante moda nacida en Hollywood, el nuevo Robocop se suma a la manía de actualizar a los gustos de hoy héroes y villanos de épocas pasadas asumiendo una estética oscura, fría y con ánimo hiperrealista. A pesar de ofrecer apabullantes escenas de acción, carece del encanto, el alma y el poso subversivo que hicieron de la cinta de Verhoeven un clásico del cine de los ochenta. Donde aquél plasmaba violencia descarnada, Padilha ofrece fuegos de artificio; cuando la original se teñía de sátira virulenta y radical, su nueva encarnación se manifiesta políticamente correcta; Verhoeven sorteaba con ironía el sentimentalismo mientras que Padilha otorga excesivo protagonismo al dramón familiar.
Llamadme nostálgico. Prefiero retener en mi mente el primer Robocop. El de ahora me resulta tan insulso como innecesario.
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