(3) OSLO, 31 DE AGOSTO, de Joachim Trier.

LA DESPEDIDA
El segundo largometraje del noruego Joachim Trier —el primero, Reprise (2006), no llegó a nuestras pantallas— es una nueva adaptación de la novela Le feu follet (El fuego fatuo) de la que Louis Malle había hecho una buena versión en 1963. Ésta se estrenó en el Cineclub Universitario de Valencia en mayo de 1965 y hubo después dos pases televisivos en 1987 y en 2008. El libro fue escrito en 1931 por Pierre Drieu la Rochelle (1893-1945), un periodista y literato que acabó suicidándose cuando iba a ser juzgado acusado de colaboracionismo con los nazis.
El protagonista Anders, de 34 años, se erige en eje de la narración —hay fragmentos en off en primera persona— y el film cuenta las últimas 24 horas de un drogadicto cuya vida va a la deriva, en proceso de auto-destrucción, pues no encuentra trabajo, se halla sumido en una profunda crisis existencial, es incapaz de establecer relaciones sólidas con los demás, carece de compañía amorosa, cae en la pasividad y, condenado a la soledad, decide poner fin a su vida. La película no sólo describe detalladamente las andanzas finales de Anders, a modo de despedida de amigos y conocidos, sino también la vida cotidiana de la ciudad, un Oslo casi otoñal teñido de melancolía, con una cámara documental que nos muestra las calles, los paseantes, los coches, los bares, etc. trasladando el tiempo y el lugar originales (París, años 30) a la capital noruega con ambientación y objetos modernos.
La historia no cae en esquematismos pues Anders es hijo de familia acomodada y liberal, su casa es lujosa, pero lo que falla es su personalidad: la magistral secuencia final lo describe sutilmente rodeado de docenas de fotos, libros y cuadros desordenados que retratan a un ser dislocado incapaz de dar sentido y solidez a su existencia.
El relato sigue el tono de sufrimiento y martirologio propio del cine bressoniano pero debe no poco al estilo de Antonioni, con su lento fluir del tiempo y con imágenes que señalan los espacios vacíos que fueron transitados por el protagonista —ver El eclipse (1963)—. Se aportan otros muchos datos sobre la depresión del protagonista, como el sugerido episodio juvenil homosexual —similar en consecuencias al descrito en El conformista de Alberto Moravia— que le produce un fuerte sentimiento de culpa y que le impide recuperar su plena dignidad. Una magnífica película.
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