(2) EL LOBO DE WALL STREET, de Martin Scorsese.

CUANDO EL NEGOCIO ES ESTAFA
En El eclipse (1962) Michelangelo Antonioni presentaba a los agentes de Bolsa como unos neuróticos en pos del beneficio inmediato. En los últimos años, sin embargo, el cine ha retratado a los brokers como profesionales estafadores, tramposos y codiciosos que han engañado a los inversores, también ambiciosos pero inexpertos, con operaciones de alto riesgo y con trucos financieros destinados a quedarse con el dinero y no sólo con las comisiones. El nuevo orden económico mundial ha entrado en el terreno de lo virtual y lo especulativo dejando atrás la producción y el comercio de bienes y servicios de carácter tangible y real.
Basado en el libro autobiográfico de Jordan Belford —encarnado de forma esforzada por Leonardo DiCaprio— convertido en guión por Terence Winter —escritor de la serie televisiva Los Soprano—, el film de Martin Scorsese —un hábil narrador con un dominio generalmente admirable de los recursos expresivos— nos retrata la vorágine del dinero —en gran parte “negro” y “blanqueado” mediante opacas cuentas bancarias en paraísos fiscales— y la serie de lujos, caprichos y placeres que el mismo puede proporcionar aun al precio de no tener verdaderos amigos, de que la esposa o amante desaparezca cuando surgen los problemas y de quedarse solo y entre rejas cuando la ley pone fin a las fechorías. Irónicamente, al final el protagonista —un auténtico seductor, un artista del timo—, ya excarcelado, se dedica a dar cursillos para la formación de expertos vendedores.
La película se sitúa en los años 90, cuando en Estados Unidos no había una regulación rigurosa de los mercados bursátiles, es decir, cuando los fraudes con las acciones y los valores —elevando su precio artificialmente para hundirlo después, utilizando falsos compradores, etc.— permitían a los operadores financieros sin escrúpulos atesorar millones con toda rapidez. Mediante un largo flash-back inicial y un posterior bloque narrativo en tiempo presente, Scorsese nos muestra la progresiva degradación ética del protagonista en varias secuencias de gran brillantez aunque, a mi juicio, con un metraje excesivo ya que las tres horas de duración quedarían reducidas a un máximo de 120 minutos si se hubiesen eliminado las escenas reiterativas y las tramas secundarias, lo que me hace añorar aquella industria de Hollywood que hasta finales de los años 60 sólo necesitaba de 90 a 100 minutos para producir verdaderas obras maestras.
Carente del menor sentido de la síntesis y de la elipsis, El lobo de Wall Street constituye, en esencia, una larga y vertiginosa sucesión de números sexuales y de atracones de drogas en un tono de comedia que deriva hacia la parodia a causa de sus extravagantes y horteras personajes, todo ello contado con un ritmo nervioso y acelerado fruto sin duda del clima cocainómano que se desea describir. Sin embargo, en la vida cotidiana, los multimillonarios intentan pasar desapercibidos en público, aunque todo dependerá de su educación y del origen de sus respectivas fortunas.
La película, al parecer, está gustando mucho y haciendo abultadas recaudaciones pero la verdad es que a mí no me ha entusiasmado mucho.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.