(2) EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG, de Peter Jackson.

PARQUE TEMÁTICO TOLKIEN, S.A.
Poco más puedo añadir a lo comentado en la crítica de El hobbit: Un viaje inesperado (2012), texto del que recomiendo encarecidamente su lectura, pues esta segunda entrega de la adaptación de El Hobbit a la gran pantalla insiste y reproduce los mismos defectos y virtudes que su predecesora. Exactamente los mismos.
Grosso modo, su mayor virtud es que no decepciona a los amantes del cine más comercial por su condición de fastuoso espectáculo hollywoodiense. Avalado conceptualmente por el universo fantástico de J. R. R. Tolkien y capitaneado en su edificación por un cineasta que ha forjado su identidad en la hipertrofia narrativa, El hobbit: La desolación de Smaug es un entretenimiento mayúsculo diseñado para reventar taquillas a lo largo y ancho del planeta. Su holgado presupuesto, que alcanza niveles de megablockbuster, se percibe en cada fotograma de la película cuya factura técnica se me antoja insuperable. Tampoco sorprende porque el mismo equipo concibió la trilogía de El Señor de los Anillos, así que se han limitado a poner el piloto automático y en cierto sentido se nota el continuismo en el diseño de personajes y escenarios, careciendo de la capacidad de sorpresa de la famosa saga.
Eso sí, numerosas secuencias clave se apropian de una dinámica y de un montaje propio de un videojuego o de una atracción propia de un parque temático. ¿Llegaremos a ver un TolkienWorld en los hermosos parajes de Nueva Zelanda? Tiempo al tiempo.
Algunos no lo consideran un defecto, pero llegados a este desarrollo de la acción, con Bilbo Bolsón y los enanos liderados por Thorin Escudo de Roble enfrentándose al dragón Smaug para recuperar el reino de Erebor, resulta más que evidente el indisimulado alargamiento de la historia para alcanzar la envergadura correspondiente a una epopeya fílmica de manual, como La Guerra de las Galaxias, Harry Potter o el mencionado El señor de los Anillos. Y es que claramente no es una adaptación fidedigna: afloran tramas secundarias inexistentes en su referente literario, asoman personajes inventados cuya única función es aportar un contrapunto romántico o bélico y las elipsis del libro de marras son desarrolladas concienzudamente en el film. Asistimos, por tanto, a una deliberada inflamación al servicio de la gula de una comunidad de fans erigida en defensora del espíritu de la obra fundacional.
Queda un tercer título, la última entrega, para concluir la versión de Peter Jackson de El Hobbit. Me temo que tendrá que rellenar con abundante forraje su contenido para obtener el metraje preceptivo. Menos de 100 páginas de texto será el armazón de tres horas de película. El desafío no está exento de riesgos. Veremos cómo se las apaña el director.
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