(2) EL CONSEJERO, de Ridley Scott.

EL ALTO PRECIO DE LA AMBICIÓN
De la mano de reconocidos cineastas, como Tarantino o los hermanos Coen, la recreación del crimen organizado ha alcanzado en el cine USA un alto grado de sofisticación, adquiriendo naturaleza de género. El consejero reunía a priori las condiciones para incluirse en la lista de títulos emblemáticos: un director consolidado, un guionista de éxito, un reparto cargado de estrellas, una historia que evoca el espíritu del mejor western ambientado en el desierto de Texas…
Desgraciadamente no cumple las expectativas por uno de los errores más habituales de aquellos que se introducen en una temática que desconocen: la falta de realismo a la hora de describir personajes y ambientes propios de la mafia. Ni Cormac McCarthy, prestigioso novelista y dramaturgo estadounidense autor de Meridiano de sangre, No es país para viejos y La carretera consigue otorgar credibilidad a un guión cargado de excesiva significación literaria, ni Ridley Scott aporta la narrativa pulp que la trama exige.
Espero que se me entienda: no es que El consejero sea una mala película, ni mucho menos. La historia de un abogado con problemas económicos que decide embarcarse en una operación para vender una cargamento de cocaína valorado en 20 millones de dólares, sufriendo la venganza de los traficantes cuando éste no llega a su destino, resulta muy interesante y oportuno para plantear el retrato humano de la ambición y el alto precio que se paga por ella, sugiriendo implícitamente y mostrando explícitamente la violencia física y psicológica que emana en esa red de relaciones, tanto profesionales como sentimentales, de seres humanos rendidos a la codicia y condenados a un final trágico.
Sin duda, uno de los mayores reclamos de El consejero es la satisfacción de ver juntos a actores con tanta presencia y capacidad de seducción como Michael Fassbender, Brad Pitt, Javier Bardem, Penélope Cruz y Cameron Díaz. Pero a pesar de que los actores se esmeran en dar cierta tridimensionalidad a una peculiar galería de estereotipos, al público le cuesta sumergirse en ese violento e inhóspito universo delictivo, donde todo parece fuego de artificio. Los exuberantes circunloquios filosóficos sobre el peso del destino y las inevitables consecuencias de los actos puestos en boca de presuntos criminales acostumbrados al gatillo fácil carecen de la credibilidad necesaria para activar la empatía del espectador, alcanzando la cúspide del escepticismo la secuencia en la que el abogado corrupto del cártel de Ciudad Juárez recita a Antonio Machado para aleccionar al protagonista sobre la asunción de responsabilidad tras fallar la venta de droga.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.