(1) CARRIE, de Kimberly Peirce.

PÁLIDO REFLEJO DE UN CLÁSICO DEL TERROR
La moda del remake obedece, en última instancia, a meros intereses comerciales ya que son escasas las versiones de títulos emblemáticos que ofrecen un enfoque novedoso a la historia o en las que interviene algún destacado cineasta que aporta un estilo propio e inimitable. Es por eso que suelo considerar este fenómeno como un arma de doble filo: sirve para dar a conocer al público más jóven aquellas películas que marcaron a generaciones anteriores lucrando a sus productores, pero si no gozan de entidad suficiente acaban condenadas al olvido perjudicando incluso la trayectoria de sus responsables.
Esta reflexión viene a cuento por el estreno de una nueva traslación cinematográfica de Carrie, la célebre novela de Stephen King. Absolutamente innecesaria si tenemos en mente la realizada por Brian de Palma en 1976. Y eso a pesar de la participación de Kimberly Peirce, directora responsable de la estimable Boys don’t cry (1999), que se muestra incapaz de insuflar originalidad alguna al relato, limitándose a reproducir la sucesión de escenas importantes del referente literario de manera pudorosa y descafeinada actualizándolo a los tiempos actuales de la telefonía móvil y las redes sociales. Ejemplos de ello son la escena en la que la protagonista menstrúa por primera vez en las duchas del colegio provocando su pánico y la burla de sus compañeras de clase, ocultando la desnudez de las jóvenes; o la manifestación de los poderes sobrenaturales de Carrie, al estilo Jedi, o como si fuera una Jean Grey (X-Men) de instituto. Lejos de concebir sus poderes telequinéticos como una maldición o fruto de una posesión demoníaca, Carrie acaba asumiéndolos como una diversión. No es un ser atormentado por su don, sino por su condición de marginado social. De hecho, lo único realmente innovador en esta Carrie es la forma de acoso sufrido por ella, víctima del bullying del resto de chicas, siendo grabada mientras es hostigada y posteriormente colgado el vídeo en Internet.
Y es una pena, porque las actrices elegidas para los papeles sustanciales son Chloë Grace Moretz encarnando a Carrie y Julianne Moore interpretando a la fanática madre, que a pesar de sus esfuerzos no logran dotar de tridimensionalidad a sus personajes ni exteriorizar la compleja relación madre-hija que fragua la tragedia final. Las comparaciones son odiosas, así que corramos un tupido velo olvidando las convincentes Sissy Spacek y Piper Laurie, quienes obtuvieron las nominaciones al Oscar a la mejor actriz y a la mejor actriz secundaria, respectivamente.
Según la propia realizadora, pretendía ofrecer aquí una Carrie sobria, verosímil y natural centrándose en la visión femenina de la historia. Sin embargo, el film palidece por su falta de alma. Los acontecimientos están narrados de forma precipitada, con desgana y sin imaginación, dando la sensación de estar rodada con el piloto automático. Las intenciones eran buenas, incluso interesantes, pero los pésimos resultados saltan a la vista.
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