(1) EL JUEGO DE ENDER, de Gavin Hood.

INSTRUYENDO AL ELEGIDO
Casi tres décadas ha tardado Hollywood en afrontar el reto de trasladar al cine El juego de Ender, el clásico relato de ciencia-ficción de Orson Scott Card. Novela que le alzaría en escritor de referencia no tanto por plasmar detalladamente contextos apocalípticos o describir inimaginables escenarios futuristas de exuberancia tecnológica, sino por su capacidad de tratar temas universales, relacionados con la condición o la naturaleza humana, disimulándolos bajo la forma de una entretenida aventura espacial.
Ávida de sagas juveniles con que engrasar su poderosa maquinaria industrial y reventar las taquillas del mundo entero, la Meca del Cine ha visto en la obra del escritor estadounidense un filón para críos cuando realmente ha subestimado su profunda carga reflexiva para esquilmarla hasta quedarse en lo más superficial, si bien el sucedáneo es presentado en un vistoso y entretenido envoltorio atiborrado de efectismo digital. Su traspaso a la gran pantalla ha traicionado el espíritu de la fuente literaria, extrayéndole niveles de lectura para, una vez licuado el contenido, ofrecerlo como una liviana epopeya galáctica a medio camino entre La chaqueta metálica (1987) y Starship
Troopers (1997).
Ubicado en un futuro distópico en el que la Humanidad ha sobrevivido a un ataque extraterrestre, El juego de Ender narra el proceso de aprendizaje en el Arte de la Guerra de un niño de seis años concebido con el único objetivo de liderar un definitivo ataque que ayude al ser humano a librarse de una agresiva raza alienígena, los denominados insectores. Pero más allá de las escenas de batalla espacial, el autor de la novela pretendía mostrar la lucha de un adolescente solitario e introvertido por encontrar su lugar en un mundo violento y autoritario. La madurez provocada a la fuerza, inducida, ante una situación de emergencia mundial. El escenario de una sociedad futura militarizada por la amenaza de una nueva invasión, cuyas autoridades convierten a jóvenes reclutas en asesinos sin alma, no es baladí.
El mensaje aleccionador que previene del ascenso del totalitarismo y la crítica feroz a la concepción militarista de la sociedad apenas aparecen en pantalla, decantándose por el tono aventurero del chaval que progresa en la Escuela de Batalla ganando peleas y desafíos hasta ser el Elegido para dirigir el ataque final contra las desagradables criaturas enemigas y salvar así a la Humanidad, derivando en una versión infantil de la citada obra de Stanley Kubrick. El elevado precio pagado es una falta de sutileza alarmante en el tratamiento de los personajes, principalmente el del joven protagonista, interpretado por el niño de La invención de Hugo (2011), incapaz de reflejar el dilema al que se enfrenta ni a las gravísimas consecuencia de sus actos. Al final, Ender ¿es un héroe o un villano? En su definición, ninguno de los personajes sufre evolución alguna, ya que están trazados toscamente sin mostrar matices que los enriquezcan. Los veteranos Harrison Ford y Ben Kingsley se limitan a fichar sus escasas apariciones y los miembros más jóvenes del reparto cumplen rutinariamente con sus intervenciones.
En El juego de Ender se echa en falta una mayor tensión narrativa y la empatía del público es escasa. Todo resulta una concesión a la taquilla, destacando únicamente la dialéctica entre el protagonista y el instructor y las ingrávidas secuencias coreografiadas del duro entrenamiento al que se somete. El resto, incluso el clímax, se ve sin emoción ya que los personajes se limitan a realizar, o al menos eso piensan, un ejercicio de realidad virtual, lo que explica la estética de videojuego que predomina en el film.
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