(3) GUERRAS SUCIAS, de Rick Rowley.

CONTRA EL “EJE DEL MAL”
Esta producción USA dirigida por el corresponsal de guerra y documentalista Rick Rowley es un reportaje conducido por el periodista Jeremy Scahill que lleva a cabo una investigación sobre las numerosas acciones armadas encubiertas en Afganistán y en otros países del mundo, ilegales según la legislación internacional, que practica Estados Unidos con el pretexto de combatir el terrorismo, eliminando con métodos expeditivos no sólo a guerrilleros y activistas enemigos sino también a personas civiles, mujeres y niños incluidos en sus operaciones de castigo.
Más que de impartir justicia, pues, se trata de tomar venganza, una paradoja en una nación que presume de ser paladín de la democracia universal pero que, desde Bush padre a Obama, no ha dudado en utilizar comandos militares, agentes secretos, políticos corruptos y mercenarios a sueldo en sus acciones de represalia. Y luego se extrañan del odio que muchos profesan a los USA y de que crezca la militancia islamista radical.
Por eso me ha sorprendido especialmente la inquina de algunos críticos de cine contra este film, una postura coincidente con la de gente conservadora y de extrema derecha so pretexto de considerarlo un producto esquemático, sectario y manipulador, al que comparan con el cine comprometido de Ken Loach y Michael Moore. Olvidan que este documental titulado Guerras sucias, como otros similares, es una obra de contenido político, comprometido y progresista, que se propone denunciar los abusos de la fuerza y los atentados contra los derechos humanos. Aunque al parecer todo sea una consecuencia de la “neutralidad” light propugnada por el descolorido pensamiento postmoderno que nos abruma.
Rodada con un equipo ligero que incluye una cámara digital llevada a mano y con inclusión de abundante material de archivo, el film fue realizado en medio de grandes dificultades —incluyendo intentos de censura— con el resultado de cierta tosquedad formal pero también de una fuerte sensación de realismo, a lo que contribuye el clima dramático creado por la música de David Harrington y su Kronos Quartet.
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