(2) ZIPI Y ZAPE Y EL CLUB DE LA CANICA, de Oskar Santos.

MODERNIZACIÓN DEL CLÁSICO DE ESCOBAR
Lejanos quedan ya esos años en los que, disfrutando de mi más tierna infancia, ojeaba los tebeos de la editorial Bruguera protagonizados por esos diablillos llamados Zipi y Zape, dos traviesos gemelos propensos al embrollo que solían acabar perseguidos o recluidos por sus despóticos padres en el famoso cuarto de los ratones. Aunque no era consciente de ello, más allá de su condición de liviana historieta, Zipi y Zape constituía todo un testimonio de la infancia y el autoritarismo paterno y escolar predominante de su época, un amplio período de tiempo que abarca desde finales de los años 40, en plena efervescencia nacionalcatólica, hasta mediados de los 80, durante la incipiente consolidación democrática. La excesiva disciplina, la retrógrada educación moral, la sobria y exigua afectividad entre padres e hijos y la crudeza de los castigos eran mostrados sin disimulo reflejando los “valores y principios” existentes en la interminable dictadura franquista, considerados crueles e inhumanos por cualquier autoridad educativa moderna, partidaria de técnicas pedagógicas y métodos de enseñanza más democráticos y racionales.
Esto viene a cuento por el reciente estreno de Zipi y Zape y el club de la canica, libérrima adaptación cinematográfica del conocido cómic de José Escobar (1908-1994). Anteriormente los personajes fueron trasladados infructuosamente a la gran pantalla, en imagen real, en Las aventuras de Zipi y Zape (1981), dirigida por Enrique Guevara, intentando ser fiel a sus orígenes tebeísticos. Era necesaria, pues, una revisión de la creación del historietista catalán desde otra perspectiva más acorde con los nuevos tiempos, que recibiera el favor no tanto de los ya maduros lectores de sus aventuras iniciales sino de los vástagos de éstos, una nueva generación de jóvenes que no se han criado leyendo a estos personajes.
Así pues, Zipi y Zape y el club de la canica no manifiesta ninguna intención de fidelidad a la fuente: de hecho, de la creación de Escobar no queda absolutamente nada. Contextualizados en un pasado reciente indeterminado, la película de Oskar Santos narra la estancia de Zipi y Zape en un colegio donde impera una severa disciplina, fundando el Club de la Canica, auténtica resistencia infantil contra la autoridad de los adultos, viviendo mil aventuras que conducirán al descubrimiento de un misterioso secreto que se oculta tras las paredes de la escuela. En el proceso de actualización del clásico, abundantes personajes han sido eliminados, especialmente sus padres Don Pantuflo y Doña Jaimita, el maestro Don Minervo y algunos entrañables compañeros de clase. Se ha obviado el componente costumbrista o la constante referencia a la picaresca más gamberra. Las travesuras se han convertido en actos de rebeldía y de heroísmo, pasando por el tamiz de la corrección política impuesta por la lógica del mercado.
De ahí deriva su principal problema: modernizando el cómic de Escobar para hacerlo más atractivo al público actual han llegado a alterar su esencia. Más que un homenaje fiel a la obra de la que parte, manteniendo la identidad de sus iconos, se ha utilizado como excusa para ofrecernos una producción de corte hollywoodiense que combina el espíritu de aventura de Los Goonies (1985), todo un clásico del cine infantil, y la fantasía adolescente de nuevo cuño encarnada por la saga Harry Potter.
El resultado es que Zipi y Zape y el club de la canica no es un producto vintage, dirigido a nostálgicos envejecidos, sino una propuesta lúdica sin coartadas, evitando la moraleja y el guiño referencial para enterados, de tal manera que puede disfrutarse sin conocer el referente comiquero. Su mayor virtud, en ese sentido, es su indiscutible sentido del espectáculo y su cuidada factura técnica, que la hacen comparable con cualquier film homólogo estadounidense. Sin complejos. Como debe ser el cine español, a pesar de la crisis y de políticos que lo desprecian por ignorancia y prejuicios.
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