(2) LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI, de Álex De la Iglesia.

DELIRANTE AQUELARRE
Álex de la Iglesia retoma sus orígenes dionisíacos, afines a la desmesura, lo grotesco y lo esperpéntico, en su última película, Las brujas de Zugarramurdi. Tras denunciar la inmoralidad de la TV a la hora de aprovecharse del drama ajeno para ganar audiencia en la agridulce La chispa de la vida (2011), asistimos al regreso del universo salvaje y cachondo de Acción mutante (1993), El día de la bestia (1995), La comunidad (2000) o Balada triste de trompeta (2010) resucitando a las brujas, esos célebres personajes sobrenaturales propios del folclore popular, para llevar a la gran pantalla una fábula gamberra sobre la España negra que combina un humor gore y visceral, una acción desenfrenada y unos personajes desternillantes.
Lejos de la reflexión teológica o del estudio folclórico, Las brujas de Zugarramurdi se configura como un entretenido pasatiempo que evoca el fantaterror hispano de los años del desarrollismo español, con Jess Franco y Paul Naschi como principales valedores, destilando un humor grueso pero con destellos de lucidez, combinando elementos mitológicos y paganos del norte peninsular con ingeniosas pinceladas etnográficas que aluden al milenario matriarcado vasco.
Recorriendo el camino inverso del narrado en El día de la Bestia, que iba desde lo rural a lo urbano en busca del Diablo, los torpes pero entrañables protagonistas de Las brujas de Zugarramurdi huyen de la policía desde la misma Puerta del Sol tras cometer un atraco para llegar al norte de Navarra, en las cuevas de Zugarramurdi, donde en 1610 la Inquisición procesó por brujería a 40 personas, condenando a seis mujeres a la hoguera. Los perseguidos y sus perseguidores acabarán su periplo en el citado pueblo, donde caerán en manos de unas brujas ansiosas por vengarse del género masculino, al que culpan de todos los males.
Inspirada en la arrebatadora presencia femenina de La comunidad, en el argumento y la estructura narrativa de Abierto hasta el amanecer (1995) y en el humor desmitificador de Lobos de Arga (2011), la película fusiona comicidad y pavor a partes iguales si bien conviene advertir de la existencia de dos partes bien diferenciadas en su tratamiento: un primer tramo, road movie de manual, que a modo de prólogo introduce a los personajes y los desplaza al lugar donde se desatan los hechos, que derrocha mofa y diversión; y un segundo que, cuando cae la noche y aparecen las brujas, se desprende de ataduras realistas y comienza el festín “marca de la casa”, hasta un clímax orgiástico presidido por una horda de hechiceras caníbales y su monstruosa diosa. Esta deriva truculenta y animal se me antoja la parte más débil del relato, desprovista de ingenio y originalidad, reducida a una mera sucesión de gags que oscilan entre lo patético y lo macabro.
Aún así, el cineasta vasco se ha consolidado como una de los autores más singulares de la cinematografía patria, creador de un estilo personal e intransferible, modelándose en un “artista” global al reunir simultáneamente las funciones de director, guionista y productor.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.