(3) PERDER LA RAZÓN, de Joachim Lafosse.

INFANTICIDIO
El cine europeo, vinculado desde la Nouvelle Vague a una concepción artística de la obra cinematográfica que exalta la autoría frente a moldes prefabricados y estimula la experimentación para enriquecer su propio lenguaje e indagar en una realidad siempre compleja y dinámica, ha mostrado un gran interés en mostrar minuciosamente los entresijos de las relaciones humanas, con sus miserias y sus flaquezas, alejándose del esquemático simplismo de los films estadounidenses más comerciales, esos que llevan en su ADN la marca Hollywood.
El mismo año en el que personalidades tan representativas de esta corriente como son François Ozon o Michael Haneke han obtenido las mejores críticas merced a dos cintas tan íntimas y perturbadoras como En la casa (2012) y Amor (2012), Joachim Lafosse alcanza con Perder la razón la merecida acreditación que le encumbra como uno de principales directores europeos actuales.
El cuarto largometraje del joven cineasta y guionista belga es un profundo y complejo drama que, comenzando aparentemente con un tono optimista digno de una frívola comedia romántica, acaba oscureciéndose retratando fría y distanciadamente un tema tan atroz como el infanticidio. Partiendo de un caso real de la crónica negra acontecido el 28 de febrero de 2007 en Nivelles, Perder la razón nos introduce en la vida de Murielle y Mounir, una joven pareja de enamorados que decide casarse trasladándose a vivir con el Dr. Pinget, el maduro tutor de Mounir desde que lo acogió en Marruecos, quien les proporciona una vida acomodada. Pronto forman una familia numerosa y ella comienza a sentirse atrapada en un ambiente asfixiante sometida a la dominante personalidad del doctor —quien se inmiscuye en las decisiones del matrimonio—, al progresivo alejamiento de su marido —quien parece abrumado por las responsabilidades familiares— y a la agotadora responsabilidad del cuidado de sus cuatro hijos; hasta el punto de sentirse completamente anulada como persona cayendo paulatinamente en una profunda depresión.
Sin recurrir al morbo o a la truculencia, Lafosse recrea un ambiente opresivo, inquietante y disfuncional que se nos muestra, sin embargo, con toda naturalidad, de tal manera que el deterioro se va produciendo casi sin darnos cuenta, lo que quizá contribuye a incrementar el horror de su desenlace: el asesinato de la prole a manos de su madre bajo los efectos de la locura.
Todo ello narrado con la maestría que pocos cineastas son capaces, pues se reconoce fácilmente la condición de obra de autor: los largos silencios y las significativas miradas aportan más que cualquier diálogo; la inexistencia de planos gratuitos que desvíen la atención; la duración adecuada de las escenas… De ritmo pausado, Perder la razón va envolviendo poco a poco al espectador en su tela de araña, a pesar de la sensación de trivialidad, sugiriendo más matices de los que parece tener a simple vista. La terrible escena final, anticipada ya en su escueto prólogo —por ello no he desvelado antes un spoiler— es un ejemplo de elegancia e inteligencia: habiendo muchas maneras de rodar el horror, pudiendo optar por el camino más tremendista, Lafosse deja que el público se imagine la escena sin perder un ápice de dramatismo. Pocas veces una elipsis me ha mantenido tanto en tensión como la comentada.
No quisiera finalizar esta crítica sin responsabilizar de parte del éxito de la cinta a la sensacional interpretación de Émilie Dequenne, 13 años después de su primer galardón en Cannes por Rosetta (1999) de los hermanos Dardenne, encarnando a una mujer víctima de la manipulación, el chantaje emocional y la presión de su entorno masculino. Su labor fue reconocida en el Festival de Cannes de 2012, donde se hizo con un merecidísimo Premio a la Mejor Actriz en la Sección Una cierta mirada. Por supuesto, sin desmerecer la aportación de Tahar Rahim y Niels Arestrup en la plasmación de unas perversas relaciones de poder en el seno familiar que explican, al menos en parte, un suceso tan atroz como el mostrado.
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