(4) EL VENDEDOR, de Sébastien Pilote.

EL OCASO DEL PROFESIONAL
Otra excelente muestra del actual cine canadiense, en este caso del producido en la región francófona de Quebec, que debe situarse a la altura de las relevantes películas de Denys Arcand, Atom Agoyan, etc. Hablada, pues, en lengua francesa, El vendedor es un entrañable y complejo relato protagonizado por Marcel Levésque —encarnado por el magnífico actor Gilbert Sicotte—, un veterano y hábil profesional dedicado a la venta de coches que se resiste a la jubilación. Familia y trabajo son los pilares básicos en la vida de este viudo católico, aunque el film es tan abierto en sus propuestas que nos deja libres para definir sus actividades como una vocación, una rutina, una entrega personal, un trabajo lucrativo o simplemente una forma de alienación.
El vendedor se articula en torno a dos grandes segmentos narrativos que se entrelazan: el profundo estudio de personajes, siguiendo a modo de reportaje documental sus conductas habituales, y la profunda crisis económica —el cierre de la fábrica de papel— como nuevo contexto social que acabará afectando gravemente a todos los habitantes de la zona, desembocando además en una tragedia familiar que pone la guinda a un excelente retrato de un sensible y profundo drama humano.
Sébastien Pilote, un cineasta de 40 años que había trabajado anteriormente en TV, que fue gestor cultural de muestras audiovisuales y realizador de cortometrajes, debuta aquí en el largometraje recuperando recuerdos de su infancia y pudiendo mostrar su talento en los festivales de Sundance, San Francisco, Cinema Jove de Valencia y otros en los que obtuvo algunos premios.
Los cinéfilos se percatarán fácilmente de los ilustres referentes temáticos de El vendedor, desde la angustia laboral a causa del envejecimiento y la competencia, además de la fe ciega en el sistema mercantil establecido —La muerte de un viajante, importante obra teatral de Arthur Miller—, a la debacle económica generalizada y sus terribles consecuencias para los seres humanos que entran en la espiral del paro, la pobreza, el desahucio, la emigración forzosa, la depresión y el suicidio —Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa—. Lo individual y lo colectivo se hallan en este film estrechamente enlazados gracias a una magnífica labor narrativa que es perceptible tanto en el poder expresivo de las imágenes y de los sonidos, de los gestos y de los ambientes, así como en la precisión de los encuadres y el ajustado ritmo de las secuencias.
Lejos de todo esquematismo, la película no evita la complejidad de un protagonista cuya profesión le obliga a mostrarse afectuoso con sus clientes en aras de dar una imagen de confianza y honradez, pero también a comportarse como un cerebral hombre de negocios en busca de la máxima rentabilidad o el imprescindible beneficio. El gélido Canadá del largo invierno y de la nieve que todo lo inunda como entorno físico de los dramas personales y colectivos. La primavera, con el deshielo y los niños que ya pueden jugar en la calle, como metáfora de un futuro esperanzador. Sin duda, uno de los mejores títulos del año.
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