(3) INCH’ALLAH, de Anaïs Barbeau-Lavalette.

EL MURO DE LA VERGÜENZA
No son pocos los cineastas musulmanes, e incluso judíos, que han abordado con maestría y con espíritu conciliador el largo conflicto entre Israel y Palestina, un enfrentamiento de muy difícil solución que la realizadora canadiense Anaïs Barbeau-Lavalette ha plasmado con sensibilidad femenina, aunando ideas, emoción y lirismo en esta producción franco-canadiense ambientada en Cisjordania, una región situada al oeste del río Jordán que fue ocupada por el ejército hebreo tras la Guerra de los Seis Días en junio de 1967, que fue declarada territorio autónomo palestino en 1994 pero que fue paulatinamente invadida por asentamientos de colonos judíos protegidos por soldados sin escrúpulos a la hora de reprimir a un pueblo árabe privado de su tierra y de sus derechos, tanto políticos como civiles.
Premiada por la crítica en el último Festival de Berlín, Inch’Allah narra esta contienda desigual e interminable desde el punto de vista de la protagonista —alter ego de la guionista y directora del film—, una doctora de Québec que reside en Jerusalén pero que atiende a mujeres embarazadas de un reducto palestino (Ramala), siendo testigo directo de los abusos del ejército ocupante sobre ciudadanos sojuzgados en su propio país.
Los planos generales del ambiente —el muro divisorio, los controles militares, los escombros, las basuras, etc.— se alternan con los primeros planos de la ginecóloga —la fotografía es de Philippe Lavalette, padre de la cineasta, que utiliza abundantes imágenes tomadas con la cámara al hombro—, una extranjera honesta que va tomando conciencia de la violenta situación, que va comprendiendo la causa de los oprimidos, que se solidariza con ellos ante la imposible neutralidad y que por razones más éticas que políticas acaba colaborando con la Resistencia. La cuestión es compleja porque lo que para unos son mártires para los otros son terroristas.
Realizada con unos pocos actores profesionales y con multitud de gente en la calle, Inch’Allah es una magnífica película que retrata la existencia cotidiana de hombres, mujeres y niños corrientes contemplados con dramático realismo pero también con cierto aliento poético por una cámara que da testimonio de una situación cruel y represiva que la mayor parte de naciones no pueden o no quieren resolver.
Rodado casi en su totalidad, por motivos obvios, en parajes de Jordania y con ayuda de decorados, el film subyuga especialmente por su mirada humanitaria alejada de todo dogmatismo partidista.
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