(3) HANNAH ARENDT, de Margarethe Von Trotta.

LA BUROCRACIA DEL GENOCIDIO
Hasta la publicación de las teorías freudianas, el ser humano solía ser calificado de forma demasiado maniquea y dogmática, como bueno o malo de una pieza, hasta que se llegó a comprender la complejidad y las contradicciones del individuo, cuyos actos no eran sino exteriorizaciones de pulsiones internas condicionadas por múltiples factores: educación, instintos, tradiciones, escala personal de valores, represión de ciertas tendencias, etc.
Hannah Arendt (1906-1975), una judía discípula de pensadores como Jaspers, Husserl y el filo-nazi Heidegger, aportó una nueva mirada, más amplia y heterodoxa, al estudio de los totalitarismos y al violencia en el siglo XX, sintetizando y relacionando de forma dialéctica los conocimientos vigentes sobre filosofía, psicología, sociología e ideas políticas. Nacida en Alemania en 1933, fue capturada por los nazis pero logró escapar a Francia, desde donde tuvo que huir en 1940 a Estados Unidos, cuya nacionalidad no logró obtener hasta 1951.
Dedicada a la enseñanza y al periodismo en Nueva York, esta feliz esposa, fumadora empedernida y admirada pensadora —convincentemente encarnada por la actriz Barbara Sukowa— saltó a la fama internacional en 1961, cuando la revista The New Yorker le encargó un reportaje sobre el juicio en Jerusalén al criminal nazi Adolf Eichmann, oficial encargado del transporte de los prisioneros a los campos de exterminio, secuestrado por agentes israelíes en América del Sur donde se había refugiado gracias a la ayuda de la Cruz Roja y del Vaticano.
Los escritos de Hannah Arendt causaron una extraordinaria polémica, escándalo y reprobación en su época, ya que en vez de describir a un monstruo sangriento y repulsivo, hablaban de un mediocre burócrata, incapaz de empatizar con las víctimas del régimen nazi y de mostrar el mínimo sentimiento de culpa, de un hombrecillo de gran fragilidad física y psícológica obsesionado con la obediencia debida y el cumplimiento del deber como únicas motivaciones de su execrable conducta.
De ahí la famosa frase sobre la banalidad del mal. Pero Hannah Arendt, de pensamiento independiente y exclusivo, no justificaba el Holocausto sino que intentaba explicar el bárbaro asesinato de unos seis millones de judíos alejándose de los tópicos al uso. No era posible en este caso analizar exclusivamente la responsabilidad individual porque si no había existido previamente un razonamiento personal y una decisión libre del acusado, quien había cometido los crímenes era un ser inhumano, inconsciente, al que no se podía culpabilizar ni condenar con fundamento. Adolf Eichmann sería, pues, una mera pieza del siniestro engranaje nazi, producto a su vez de una heterogénea mezcla de ideas y sentimientos, de prejuicios y convicciones, de disciplina y miedo.
La filosofía y el psicoanálisis intuyeron entonces la mecánica del denominado Síndrome de Estocolmo —brillantemente mostrado en Portero de noche (Liliana Cavani, 1973), film repleto de connotaciones sado-masoquistas—, con sus acusaciones contra la colaboración de los líderes judíos en la perpetración del genocidio hebreo, un proceso mental mediante el que la víctima acaba simpatizando con su verdugo en una especie de acto reflejo de autoprotección ante la posibilidad y el temor de sufrir males mayores. También aludió ella a la relatividad de la ética, basada no ya en valores estables y permanentes, sino dependiente de la época, el lugar y de otras circunstancias.
Hannah Arendt está realizada con un sólido oficio, centrando el discurso en los aspectos más novedosos y fundamentales de las aportaciones de la citada autora al pensamiento occidental, aunque me ha dado la sensación de que ha prevalecido la intencionalidad didáctica, con reflexiones y conceptos que quedan un poco simples y superficiales, solo insinuados, pero que son invitaciones a leer sus libros y a profundizar en sus tesis y razonamientos. El film es una biografía limitada a los primeros años 60, con su viaje a Israel y posterior elaboración y publicación de los textos sobre el juicio a Eichmann, aunque hay también algunos flashbacks y diálogos alusivos a su estancia en Alemania como joven estudiante.
Margarethe Von Trotta ha dirigido un relato sobrio, coherente y sugestivo. La directora estuvo casada con Volker Schlöndorff, siendo ambos importantes miembros del llamado Nuevo Cine Alemán de los años 70, de ideas progresistas. Von Trotta se preocupó especialmente en su cine de mujeres, como es perceptible repasando su filmografía, con protagonistas femeninas y con un particular punto de vista a la hora de mostrarlas y analizarlas.
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