(2) TRANCE, de Danny Boyle.

EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS
La última película de Danny Boyle, conocido internacionalmente por Trainspotting (1996) y Slumdog Millionaire (2008), pudo ser realizada mientras preparaba la ceremonia inaugural de los pasados Juegos Olímpicos de Londres de 2012. Es un thriller con abundantes dosis de violencia, codicia, intriga y sexo que, sobre todo, pretende modernizar el género, que poco tiene que ver ya con el cine “negro” clásico. A ello contribuye no sólo el barroquismo de su trama criminal sino especialmente su brillante tratamiento visual que impacta por su perfección formal, debida tanto al talento del director y equipo técnico como a la hábil utilización de modernos procedimientos digitales en la elaboración de imágenes.
Trance está más cerca de la extrema violencia de Quentin Tarantino, véase Reservoir Dogs (1992), que de las cerebrales tramas delictivas de David Mamet, a pesar de que núcleo narrativo está constituido por el osado robo del cuadro Vuelo de brujas de Francisco de Goya, cuando es subastado en Londres por millones de libras, que permite mostrar también varias pinturas, actualmente desaparecidas, de los mejores artistas de la Historia. Los personajes esenciales del film son el jefe de una banda de malhechores, un empleado ludópata y una ambiciosa psicoanalista, encarnados respectivamente por los eficaces actores Vincent Cassel, James McAvon y Rosario Dawson.
Recuerdos y olvidos, sueños y fantasías complican no poco en este relato la resolución del enigma, que puede resumirse en dos preguntas básicas: ¿dónde está la verdad? Y ¿quién miente? Cuestiones clave que enfrentan a los protagonistas y que desorientan al espectador. Para valorar adecuadamente Trance habría que dilucidar previamente dónde empieza la ficción y termina lo arbitrario o cuáles son los límites tolerables entre la creación y el engaño, porque el frívolo y nada riguroso empleo de los métodos psicoanalíticos, mediante la hipnosis, impide que nos tomemos la película, repleto de artificios narrativos, como algo más que un brillante y sólido producto industrial destinado a garantizar el entretenimiento del público.
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