(2) EL HOMBRE DE ACERO, de Zack Snyder.

¿ES UN PÁJARO? ¿ES UN AVIÓN? ¡NO, ES SUPERMAN!
El regreso de Superman a la gran pantalla, tras la discreta Superman Returns (2006), era, sin duda, la asignatura pendiente de Warner/DC en el actual escenario de consolidación del género superheroico. Marvel tomó la delantera, proliferando las adaptaciones fílmicas de sus numerosos personajes, siendo Los Vengadores (2012) la traslación definitiva de este Universo editorial al cine. Pero Warner/DC se puso las pilas con una estimable trilogía de Batman otorgando una madurez insólita a este tipo de films, injustamente menospreciado por su estrecha vinculación con el cómic, el carácter juvenil de su público objetivo y su condición de puro entretenimiento.
Después de ver cómo Christopher Nolan, afín a la complejidad argumental y a la sofisticación estructural, rescataba al Caballero Oscuro de las cloacas cinematográficas y lo convirtiera en el referente del citado género, Warner se empeñó en que hiciera lo propio con el personaje más emblemático del cómic estadounidense. Tras mucho insistir se le convenció pero a cambio de asumir exclusivamente la función de productor ejecutivo y de escribir el guión con David S. Goyer, narrador dotado de un gran olfato para sintetizar el ingente material publicado con la vista puesta en el gran público. La elección del realizador recayó finalmente en Zack Snyder, responsable de 300 (2006) y Watchmen (2009), algo comprensible analizando su predisposición a lo espectacular, su innegable pulso para la épica y su demostrada capacidad para convertir cualquier plano en icono del cine contemporáneo.
Pues bien, el resultado de esta conjunción de talento creativo sumado al abultado presupuesto de una de las mayors es El hombre de acero, que sin ser la versión final y absoluta del personaje creado por el escritor estadounidense Jerry Siegel y el artista canadiense Joe Shuster a principios de la década de los 30 del siglo pasado, sí es quizá la más grandiosa y potente realizada hasta ahora.
El film supone el renacimiento de Superman en formato cinematográfico porque se reconstruye el mito del personaje desde sus cimientos. Una decisión no exenta de riesgos porque su origen es uno de los más codificados de la historia y siempre habrá lectores descontentos con semejante “herejía”. Pero desgastado por desafortunadas entregas, era más necesaria que nunca una refundación del Hijo de Kripton, basado en dos pilares fundamentales: 1) una humanización del protagonista, alejado de la pureza y la perfección clásica. Todavía no ha nacido el superheroe, lo que implica que comete errores y posee inseguridades al ser un joven que no acaba de definirse. Antes debe descubrir sus raíces, asimilar su procedencia y definir su nueva y definitiva identidad. De ahí esa fuga a ninguna parte, al estilo Holandés Errante. 2) la perspectiva extraterrestre, que deriva la película hacia parámetros propios de la ciencia-ficción, recreando una atractiva trama alienígena enmarcada en impresionantes escenarios y tecnología futurista. La aproximación a Kripton aporta una riqueza al trasfondo de Superman que nunca resta, sino que suma, permitiendo además tratar el siempre controvertido tema del extraño o foráneo que intenta integrarse en una nueva comunidad, debiendo ganarse la confianza y el cariño de los humanos. En resumen, El hombre de acero es la presentación del nuevo Superman fílmico, inédito, ni hombre ni Dios, en un mundo no tan ingenuo como la América profunda del siglo pasado. Labor que acapara la mayor parte del metraje. Ello explica que las señas de identidad del alter ego Clark Kent, el conocido periodista del Daily Planet, no aparezcan hasta el epílogo de la película.
El antagonista que pone en aprietos al proto-héroe es el General Zod, militar kriptoniano que pretende vengarse del padre de Kal-El y recrear en la Tierra su destruido planeta natal aniquilando previamente a la Humanidad. Michael Shannon da la talla tanto en la faceta física como en la psicológica, dando vida con solvencia a un villano marcado por sus ideales fascistoides kriptonianos. Existen alusiones a personajes pertenecientes al Universo DC, como Industrias Wayne y LexCorp, dando la sensación de pertenecer a una realidad cohesionada en la que, en un previsible futuro, hará acto de presencia un renovado Lex Luthor o se producirá un explosivo encuentro con Batman.
Un aspecto positivo de El hombre de acero es, paradójicamente, su cambio de traje, más acorde con los tiempos actuales, antojándome el primero de toda las adaptaciones que proporciona respeto y credibilidad, lejos de las mallas azules con el calzoncillo rojo por encima del pantalón. Y, por supuesto, la figura atlética de un Henry Cavill que está a la altura de las circunstancias, digno sucesor de Christopher Reeve, sabiendo darle a Kal-El el toque humano y contradictorio que requiere el nuevo tratamiento del superhéroe.
Y es que, el desarrollo de la técnica permite al fin un grado de realismo y a la vez de versatilidad nunca antes alcanzado. Si antes el cine debía acudir a ingeniosos trucos para escenificar efectos especiales, el tratamiento digital de las imágenes convierte la pantalla en algo tan flexible y dinámico como la mejor sucesión de viñetas de la “novela gráfica”. Así, el juego hiperbólico de la estética superheroica ya no tiene límites: todo se puede visualizar, se puede hacer realidad fílmica. El único tope es la imaginación.
A ello contribuye Zack Snyder, que es capaz en la misma película de retratar oníricamente la infancia del protagonista a lo Terrence Malick, con exóticos movimientos de cámara, ralentizaciones y elegantes transiciones; y desplegar el arsenal discursivo del mayor espectáculo hollywoodiense, estilo Roland Emmerich o Michael Bay, para narrar el devastador enfrentamiento entre el héroe y el villano.No obstante, El hombre de acero no deja de ser una superproducción al uso, con una fuerte dependencia a la sobresaturación épica, que se pierde sin pretenderlo en tramas poco definidas, y desaprovecha el poder de seducción de personajes tan icónicos como el mismo Superman, como la inteligente e independiente Lois Lane, definida aquí torpemente con un par de brochazos. Nadie es perfecto.
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