(2) DESPUÉS DE MAYO, de Olivier Assayas.

LA REVOLUCIÓN FALLIDA, SEGUNDO ACTO
Tres años después de la gran revuelta francesa de mayo del 68, en un instituto parisino los estudiantes se organizaron para un nuevo intento revolucionario, cuyo objetivo era construir el “hombre nuevo” en un mundo más justo. Con predominio de grupos trotskistas y maoístas, la izquierda anti-sistema más radical, en reuniones y mediante panfletos se predica la contracultura, un cine independiente y underground libre de ataduras de la industria, un misticismo oriental reforzado con el consumo de ciertas drogas, el esoterismo, la liberación sexual y la acción directa —a veces violenta— contra el Estado capitalista represor. Curiosamente, los principales enemigos a vencer son los sindicatos “vendidos” a los patronos y el partido comunista oficial, “revisionista” y aliado con el “imperialismo soviético”.
El guión de Olivier Assayas es, al parecer y en gran medida, autobiográfico y, 40 años después de los acontecimientos descritos, su mirada carece de toda nostalgia, dominada como está por un claro distanciamiento marcado por el escepticismo. Los adolescentes del film se aferran a la utopía pero caen en la desorientación, en una improvisación estratégica y organizativa que les hace incapaces de materializar unos eslóganes en los que la mera voluntad sustituye al lúcido análisis de la realidad.
Después de mayo es una muestra paradigmática de cine político hecho para su distribución comercial, un relato testimonial de la efervescencia ideológica de una época en la que se quiso cambiar la vida de un país y del planeta entero sin atisbar siquiera la inviabilidad de los métodos de lucha que se propugnaban. Hubo muchos errores, los cometidos por minorías iluminadas que no supusieron atraer ni dirigir a una mayoría —la clase trabajadora— más preocupada en satisfacer las necesidades de cada día. El realizador, lejos de la búsqueda de esa “objetividad” que obsesionaba a Godard, adopta la visión de su alter ego, el joven protagonista Gilles, que no ve con claridad el camino a seguir y que acaba decantándose por la consolidación de su futuro profesional.
Pese al interés testimonial de muchos aspectos de la película, echo en falta un análisis más estructurado y reflexivo de lo que no es más que una mera acumulación de ideas y de sucesos, que acaba constituyendo el estilo del relato. Y así, el realizador se limita a refrendar en el desenlace, con el fin de curso, la diáspora, la desmovilización revolucionaria y la llegada de unos tiempos más sosegados en los que cada cual se preocupa sólo por la estabilidad de un trabajo remunerado así como por la vuelta a la pareja amorosa tradicional. Unos ideales más conservadores que pudieron propiciar los tranquilos y prósperos años 80 y 90 del siglo pasado.
Detalle curioso: tanto en París como en Valencia, en aquellos años se perdieron horas y horas en estériles discusiones sobre si había que hacer un cine popular asequible con contenidos progresistas o si lo procedente era destruir el lenguaje clásico de la burguesía, el modelo narrativo dominante, mediante films vanguardistas deconstructores —para verlos ¿quién? y ¿dónde?—. A destacar una banda sonora con canciones pop y de autor escuchadas en aquellos años y la inclusión de algunos fragmentos de significativas películas militantes como Joe Hill (1971) y El coraje del pueblo (1971).
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