(3) EL EJERCICIO DEL PODER, de Pierre Schöller.

UN GABINETE MINISTERIAL
Este segundo largometraje de Pierre Schöller es una producción de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, destacados realizadores belgas responsables, entre otros, de Rosetta (1999), El hijo (2002), El niño (2005), El silencio de Lorna (2008) y El niño de la bicicleta (2011). Pierre Schöller nos sorprende en El ejercicio el poder con una película de contenido político totalmente opuesta a lo panfletario o partidista, sin definida orientación derechista o izquierdista. Ya sabemos que, en teoría, el Estado es un concepto políticamente neutral, un conjunto de instituciones jurídicas de carácter estable cuya permanencia permite mantener un aparato administrativo capaz de amparar a casi todas las ideologías.
Nos hallamos, pues, ante un relato de ficción meramente descriptivo, aséptico, que intenta retratar de forma casi documental el funcionamiento del poder, la mecánica cotidiana de un ministerio, las tareas de un colectivo humano que forma parte del gobierno de una nación donde el ministro (Olivier Gourmet) se comporta como una gran gestor público y cuyo jefe de gabinete (Michel Blanc) aparece como el hombre sereno y competente cuya labor resulta imprescindible para su superior jerárquico.
Uno de los méritos del film es que se ocupa tanto de la actividad pública del protagonista como de su vida privada. En cuanto al primer aspecto, eso que llaman la “erótica” del poder, nos describe los problemas del cargo, las rivalidades, las reuniones, las dudas, las decisiones, las presiones externas, las estrategias coyunturales, los viajes oficiales, las urgencias y tensiones del trabajo, los condicionamientos económicos y la posibilidad de dimitir o de ser trasladado de departamento. Y también nos presenta la existencia cotidiana, humana, del ministro en su ámbito privado: matrimonio, infidelidades, borracheras, comidas y las diversas aficiones particulares.
El ejercicio del poder es un relato directo y funcional, sin efectismos ni complicaciones narrativas, aunque ese estilo aparentemente sencillo no le impide alcanzar cierto grado de complejidad que abarca no sólo la dificultad de las cuestiones públicas sino también la escasa estima de la mayoría de los ciudadanos y el desempeño del oficio político como una especie de rito teatral, con gestos repetidos y con frecuencia sin un real convencimiento… conscientes dirigentes y votantes de que el éxito comporta un elevado sueldo con sus “extras”, la vanidad satisfecha, la seguridad de pasar a otros empleos generosamente remunerados y la oportunidad de llevar a la práctica las convicciones ideológicas y morales de cada cual, si las hubiera.
Otra cuestión a discutir es si la sistemática utilización de las modernas técnicas de comunicación, que hace posible una información abundante, directa e inmediata, facilita la implantación de una democracia más justa y eficaz o, en todo caso, lo que sigue prevaleciendo son los intereses de clase, las órdenes superiores y los más variados caprichos individuales.
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