(1) FAST & FURIOUS 6, de Justin Lin.

CONDUCE O MUERE
Independientemente de valoraciones subjetivas, resulta admirable la capacidad de aguante de esta desmesurada franquicia que alcanza ya su sexta entrega rompiendo records de taquilla sin mostrar, aparentemente, ningún síntoma de agotamiento comercial. Nadie hubiera creído a finales del 2001, cuando se estrenó la película fundacional de la saga A todo gas, que 12 años después ésta seguiría en pie y más viva que nunca, sin duda gracias al oficio de un Justin Lin que inesperadamente logró revitalizarla justo cuando la fórmula parecía agotada con una quinta secuela que recaudó más de 400 millones de dólares en todo el mundo. La presente cinta ha conseguido, según los datos de la distribuidora Universal, superar los 4 millones de euros en su primer fin de semana en España, hazaña exclusiva de las grandes superproducciones de Hollywood.
Sin duda, el secreto de su éxito, más allá de las correspondientes dosis de espectáculo circense, es que la franquicia ha sabido evolucionar adaptándose a los gustos del público hasta convertirse en un referente internacional, queramos o no admitirlo, del cine de acción actual. Si A todo gas (2001) se concibió como una especie de policíaco de serie B destinado a los aficionados del tuning, preferentemente a las chonis y a los mascachapas del extrarradio, ambientado en escenarios urbanos donde la delincuencia campaba a sus anchas, Fast & Furious 6 se ha decantado por unos escenarios de lujo y unos ambientes sofisticados, una plantilla de rostros conocidos, unos personajes recién sacados de un desfile de modelos y una estética de videoclip que tanto seduce a la generación más joven.
Además, aunque su argumento sigue siendo tan simple como disparatado, sus responsables han asimilado ingredientes específicos de otros géneros, de tal manera que la fusión derivada aparenta ser una renovación, tanto estética como de contenidos, del clásico relato de acción, subsección persecuciones y explosiones de coches. Así, como si se tratase de un film de 007, la historia de Fast & Furious 6 transcurre entre las calles de Londres y los bellos paisajes de Canarias, con un temible villano encabezando un grupo terrorista y los protagonistas –fugitivos de la ley, no lo olvidemos– colaborando con las autoridades a cambio de los pertinentes indultos.
Otra novedad que quizá ha contribuido al impulso de la saga es el abandono del “realismo sucio” imperante en los primeros títulos y la progresiva suspensión de la verosimilitud, transformando el relato en una permanente acrobacia imposible que derrocha efectos especiales a mansalva. Se ha llegado a un punto que Dom Toretto y Brian O’Conner son superhéroes sin superpoderes, capaces de las más increíbles piruetas visuales, cuya cúspide de la incredulidad afecta a las interminables escenas de la persecución del tanque por las autovías de las islas afortunadas o del avión por la extensa pista de aterrizaje en el clímax final.
Concluyendo, pese a su irrebatible pobreza conceptual nos encontramos ante un fenómeno cinematográfico que al menos no promete algo que no puede dar pero sí ofrece lo que se le pide: impactantes escenas de acción, que proporcionan un ritmo trepidante que apenas decae en contados momentos dedicados al escaso poso romántico o melodramático de la historia. Fast & Furious 6 puede considerarse, por lo tanto, el ejemplo paradigmático del efectismo dirigido a superar la capacidad de asombro del espectador, algo que nuestro cine patrio es actualmente incapaz de ofrecer por obvias limitaciones presupuestarias.
El epílogo del film nos anticipa la ¡séptima! entrega, presentando al próximo antagonista. Así de sobrados están los productores de la saga.
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