(2) LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS, de Saverio Costanzo.

NIÑOS TRAUMATIZADOS, ADULTOS INCOMUNICADOS
Esta coproducción franco-italiana es el tercer largometraje de Saverio Costanzo (Roma, 1975) —de quien conocíamos su debut cinematográfico Domicilio privado (2004), sobre el conflicto palestino-israelí— que ha adaptado libremente, alterando su estructura narrativa, la novela homónima de Paolo Giordano, un físico teórico convertido en escritor que ha colaborado también en la elaboración del guión junto al cineasta. Los números “primos” son aquellos que sólo son divisibles por 1 y por sí mismos, siendo raros y singulares y “primos gemelos” ocupan un lugar muy próximo entre ellos pero sin llegar a ser correlativos.
El film se sirve de estos conceptos matemáticos para construir una metáfora mostrando la vida de Alice y de Matías, entre 1984 y 2007, años en los que pasan de niños a adultos tras superar la adolescencia. Este tránsito es hecho sin embargo de forma especialmente dolorosa porque sendas tragedias infantiles —un accidente deportivo y la muerte de una hermana gemela, respectivamente— van a marcar el futuro, cargado en uno y otro caso con el lastre de arraigados sentimientos de vergüenza y de culpa.
Dotada de las características formales del moderno cine italiano, La soledad de los números primos (2010) es una película particularmente áspera y poco gratificante que muestra el paso del tiempo mediante flash-backs, los cambios físicos de los personajes y la utilización de diferentes melodías para ubicar emocionalmente a protagonistas y espectadores en los distintos momentos del relato.
Alice y Matías aparecen, pues, como dos seres aislados, sensibles, inseguros y desgraciados que no son capaces de relacionarse con normalidad con sus compañeros y que incluso son objeto de burlas y desprecios. El motivo de esa discriminación es su especial personalidad, que los jóvenes actores han logrado construir tras un duro trabajo interpretativo volcado sobre todo en la expresión corporal. Pero es una pena que el director no haya encontrado y sabido plasmar una dramaturgia más adecuada para expresar su desequilibrio mental más allá de la serie de tics, gestos y posturas a los que ha recurrido.
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