(1) OBLIVION, de Joseph Kosinski.

CONSPIRACIÓN POST-APOCALÍPTICA
En Oblivion se daba una especie de “tormenta perfecta” que, cuanto menos, despertaba la curiosidad entre los aficionados al género: una joven promesa al mando, una estrella consolidada en el show business con ganas de marcha, una idea basada en la novela gráfica aún no publicada del propio realizador y un presupuesto generoso avalado por una gran productora.
Sin embargo, Hollywood elabora una vez más un grandilocuente refrito de cosas ya vistas envuelto en una sofisticada y elegante carcasa pero vacía de conceptos y reflexiones. Joseph Kosinski, responsable de Tron: Legacy (2010), firma un discreto relato de ciencia-ficción que no logra introducirnos en una historia que parte, no obstante, de sugestivos parámetros espacio-temporales basados en un contexto apocalíptico.
Tras una invasión alienígena, la Humanidad sale victoriosa pero a un precio muy alto. El uso de armas nucleares barre el planeta y los supervivientes deben exiliarse al espacio. El protagonista, un técnico que arregla drones encargados de eliminar los saqueadores que todavía pululan por la superficie desértica de la Tierra, tiene un inesperado (re)encuentro que le hará replantear sus lealtades, descubriendo que la realidad que le rodea es más compleja y terrorífica de lo que jamás podría llegar a imaginar.
El director de origen judío-polaco aplica su formación de arquitecto a la hora de plasmar la mirada sobre un mundo donde la ruina de una civilización exterminada convive con tecnología de alto diseño, erigiéndose en un creador de atractivos y envolventes escenarios. Pero el despliegue visual, coronado con imponentes efectos digitales, no es acompañado de un guión que describa sólidamente personajes, relaciones y conflictos, desarrollándose una trama bastante convencional y previsible sobre una conspiración mundial protagonizada por personajes más planos que el papel de fumar.
Oblivion se configura, por tanto, como un lustroso ejemplo del cine espectáculo rebosante de acción y excesivamente dependiente del actor indiscutible de turno, en este caso un Tom Cruise convertido ya en su propia marca, chupando cámara y desaprovechando la talla de actores como Morgan Freeman, que pasó dos tardes por el rodaje para grabar sus escenas.
Mientras me documentaba para esta crítica, pensaba en las abundantes referencias cinéfilas de la cinta, de entre las cuales destaca por encima del resto la destacable Moon (2009), del inglés Duncan Jones, cuyas similitudes argumentales –que no estéticas, pues son diametralmente opuestas en el tratamiento digital y la puesta en escena– son innegables especialmente en el siempre controvertido tema de –atención, spoiler– la clonación humana. Me quedo con esta última.
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