(3) DÍAS DE PESCA EN PATAGONIA, de Carlos Sorín.

TIBURONES EN EL FIN DEL MUNDO
Carlos Sorín (Buenos Aires, 1944) debería ser un cineasta de culto para los cinéfilos más exigentes, sobre todo habiendo tenido la fortuna de ver aquí la totalidad de su filmografía, entre la que destacaría especialmente galardonada La ventana (2008). De este realizador argentino procedente de la creación publicitaria —seguramente eso explica la síntesis expresiva de sus imágenes— nos llega ahora su octava película cuyo guión él mismo ha confesado haber escrito bajo la influencia de los cuentos de estadounidense Raymond Carver (1938-1988), creador de un universo poblado por seres marginados, perdedores y víctimas de sus adicciones, aunque en este caso el pesimismo del modelo literario haya sido amortiguado mediante el uso de elipsis narrativas y por haber dejado al final una puerta abierta a la esperanza.
El estilo de Sorín se caracteriza por el intimismo y por el minimalismo de sus historias: un cine de bajo coste, con frecuente presencia de actores no profesionales, rodado en escenarios naturales, con personajes de gran riqueza pese a su aparente sencillez y con una enorme capacidad de sugerencia (gestos, miradas), dejando que sea siempre el propio espectador el que complemente el sentido profundo de los relatos.
Máxima economía de elementos narrativos, pues, para lograr la mayor complejidad gracias a una mirada lúcida que le permite dibujar con enorme rigor a los personajes. Estas características están presentes también en Días de pesca en Patagonia, un film de sólo 80 minutos de duración protagonizado por Marco, un alcohólico de mediana edad descendiente de italianos que, tras una cura de desintoxicación, marcha a la Patagonia para reencontrarse con su hija Ana.
Una vez más, un ser solitario, enfermo y conflictivo intenta redimirse de los errores cometidos en un territorio a la vez real y simbólico (Puerto Deseado) con sus espacios infinitos y semidesérticos, gélidos y abruptos.
Una película recomendable por su austeridad narrativa, su honda humanidad, su capacidad para transmitir sentimientos y su poder de elevar lo más cotidiano de la vida a la categoría de arte.
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