(2) SEARCHING FOR THE SUGAR MAN, de Malik Bendjelloul.

PERSIGUIENDO EL GENIO “MALDITO”
En los albores del cine, el documental fue codificado como un género que captaba en directo imágenes de la realidad. Más tarde llegó el documental “reconstruido”, con la filmación de una puesta en escena que recreaba sucesos y personajes verdaderos, inaccesibles o inexistentes en los archivos audiovisuales pero de una autenticidad contrastada. Y no hace mucho apareció el “falso documental”, una contradicción conceptual que hace pasar por reflejo real, gracias a su lenguaje aparentemente riguroso pero manipulador, lo que no es sino fruto de la imaginación.
Searching for the Sugar Man —una producción británico-sueca con la que debuta al parecer Malik Bendjelloul en la dirección— presenta a mi parecer, y pido perdón si me equivoco, muchas de las características del falso documental, no sólo por algunas sutiles e irónicas alusiones perceptibles en el film y por la suma extravagancia de la historia narrada sino también por la falta de coherencia de muchas de las imágenes, diálogos y comentarios que integran la película.
Pese al indudable atractivo de la música y los textos de las canciones, a la abundancia de medios empleados en la producción y a la agilidad narrativa de la cinta, tengo la impresión de haber asistido a un gran montaje que acojo con muchas reservas y sobre todo como una gran broma, como un planificado simulacro que no es sino un tremendo engaño auxiliado por todos los trucos necesarios para seducir al espectador.
Quizá se trate de proponer una mirada ambigua reivindicando el mismo derecho a inventarse las cosas que ya posee el relato de ficción; posiblemente se quiera socavar el tradicional prestigio, como testimonio de la realidad, del género documental o seguramente se desee aprovechar la tendencia al sensacionalismo y a la mitomanía de amplios sectores del público.
Su efectividad estriba en haber montado un artificio muy productivo sobre unas bases aparentemente sólidas como son las entrevistas como son las entrevistas con supuestos testigos del fenómenos “Sugar Man” y unas sospechosas imágenes de época fácilmente manipulables con las actuales técnicas digitales que nos remiten a la pregunta clave: ¿existió realmente Sixto Rodríguez, genial cantautor chicano de Detroit que fracasó en su debut en 1970 pero cuyos dos únicos discos le convirtieron en ídolos de masas en la Sudáfrica del Apartheid gracias a los blancos progresistas del país, tal y como nos lo cuenta la película? ¿Y qué decir de su redescubrimiento 30 años más tarde y de sus improvisadas y triunfales giras pese a su dedicación a tareas de albañilería?
Al cinéfilo exigente se le plantea un serio dilema analítico: ¿basta con apreciar el ingenio y los innegables valores fílmicos del producto o es preciso ponderar también la honestidad, la certeza realista del relato? ¿Deben manejarse criterios no sólo estéticos o también los éticos? Porque Searching for the Sugar Man se presenta con un ropaje humanista y liberal a cuya llamada resulta difícil sustraerse: es un alegato contra el racismo, la denuncia de la explotación de muchos cantantes por las discográficas, la constatación de las misteriosas razones que permiten alcanzar la fama y la fortuna en el negocio de la música, convirtiendo al protagonista en una especie de santo laico anti-sistema con su enconada búsqueda de la paz interior, la sencilla vida de familia y el desprecio por lo material.
Confieso que pasé un rato divertido distanciándome, incrédulo, de las implicaciones sensibleras de la supuesta farsa pero me fastidia que intenten tomarme el pelo y hacerme comulgar con ruedas de molino, operación a la que han contribuido algunos críticos cuya irracionalidad ha reforzado la difusión de la leyenda y que han confesado que incluso derramaron abundantes lágrimas de emoción ante esta vieja ilustración del mito del artista “maldito”, tan genial como incomprendido, aunque aquí finalmente recuperado.
Por cierto, ¿para cuándo un film hispano con la explicación de por qué no triunfó entre nosotros el excelente cantautor, ya fallecido, Joan B. Humet? Seguro que tendríamos respuestas mucho más lógicas y sensatas.
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