(3) NO, de Pablo Larraín.

EL PLEBISCITO QUE PERDIÓ PINOCHET
El 11 de septiembre de 1973 un golpe de Estado encabezado por el general chileno Augusto Pinochet acabó con el mandato constitucional del presidente socialista Salvador Allende, muerto en el asalto al palacio de La Moneda. Cartelera Turia le dedicó entonces su portada, orlada de negro, y ese gesto de reconocimiento costó a la publicación una severa reprimenda del Ministerio de Información y Turismo. En octubre de 1988, presionado por la Comunidad Internacional, el sátrapa tuvo que convocar un plebiscito para legitimar su régimen pero lo perdió, tuvo que abandonar el poder y se pudieron celebrar elecciones libres. Un error inexplicable en un dictador porque, cuando se someten al escrutinio de las urnas, los autócratas ya saben que van a ganar. La ignorancia o el miedo del pueblo, el férreo control de los medios de comunicación y la posibilidad de falsear los resultados electorales son bazas a favor de todo déspota que se precie. Pero si en 1973, la CIA y la Democracia Cristiana chilena promovieron el golpe militar —ver Missing (1982) de Costa-Gavras y La batalla de Chile de Patricio Guzmán—, en 1988 el panorama mundial ya era diferente: Reagan y Thatcher habían consolidado sin el uso de la fuerza un neoliberalismo de signo ultraconservador y la Guerra Fría se había disipado tras los pactos USA-URSS poco antes de la caída del muro de Berlín en 1989. No eran ya tiempos para los viejos tiranos.
El cuarto largometraje de Pablo Larraín (Santiago de Chile, 1976), que ha dedicado casi toda su filmografía a retratar la época pinochetista, es el que ahora se estrena con el título de No, aunque es adaptación del libro Referéndum de Antonio Skármeta. El interesante film de Larraín narra la unidad de todos los partidos de la oposición, incluida la Democracia Cristiana, para trazar una estrategia común a favor del “NO” frente a los planes continuistas del dictador chileno, en una campaña consistente en aprovechar los breves espacios electorales concedidos por la televisión oficial.
El frente del proyecto democrático se puso a René Saavedra, un ejecutivo experto en publicidad audiovisual, un profesional “apolítico” discutido por algunos delegados, que fue tomando conciencia de su importante labor aunque se opuso desde el inicio de las habituales consignas y condenas, que quizá hubieran provocado un miedo mayor en muchos electores, para realizar unos spots de aspecto comercial en los que se vendía el producto “libertad” como sinónimos de felicidad, grabando en el subconsciente de los telespectadores los conceptos de alegría, juventud y vitalismo con un envoltorio de una pegadiza melodía que relacionada todo ello con la optimista idea de un futuro mejor. Saavedra, encarnado por el mexicano Gael García Bernal, utilizó las técnicas de propaganda mercantil y, cosa chocante, la edulcorada visión de la realidad propia de las dictaduras —véase el “No-Do” franquista— para alcanzar sus fines: la victoria del “NO”. Supo manejar emociones y sentimientos relegando las ideas y los razonamientos porque el dilema no se planteaba entre capitalismo y socialismo sino entre dictadura y democracia. De esta manera, al votante lo convirtieron en cliente y al ciudadano en consumidor, dejando las cuestiones expresamente políticas en la sombra.
Pablo Larraín ha empleado cámaras de vídeo de 1983 para lograr la textura y el color de aquellos años, lo que le ha permitido mezclar en el montaje, sin que se note, la parte rodada en la actualidad con numerosos fragmentos documentales de archivo, además de elaborar las imágenes en un formato cuasi cuadrado. El film se presenta con una aparente neutralidad ideológica, pero su discurso esconde un sutil punto de vista que lo convierte en un contundente instrumento informativo. El realizador chileno ha optado, al igual que el protagonista del film, por la amable cotidianeidad reivindicativa antes que por el panfleto combativo y doctrinario, mucho más difícil de “vender” en el mercado.
Algunas voces críticas han reprochado que la película haya omitido toda referencia al trabajo civil y a la movilización social que realizó una parte de la izquierda en los meses anteriores al plebiscito. Y lamentan que, paradójicamente, el “SI” integrara el sistema vigente como el único posible manteniendo el poder y el dinero en las mismas manos de siempre.
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