(3) DJANGO DESENCADENADO, de Quentin Tarantino.

TARANTINO DESATADO
La RAE debería plantearse incluir en su próximo diccionario la palabra “tarantinizar”, pues si por algo será recordado el conocido director, guionista, productor y actor estadounidense es por su innegable talento para reciclar materiales desechables de la cultura popular y transformarlos, mediante un chispeante proceso de reelaboración, en un fascinante ejercicio estilístico que homenajea al cine en su estado más puro. Así, tras “tarantinizar” el thriller, el blaxploitation, las artes marciales, el grindhouse y la ficción histórica —por ese orden… véase su filmografía—, ahora le toca el turno al western en su concepción más europea. No es baladí que Django desencadenado, un film atiborrado de referencias y guiños a los amantes del citado género, reciba su nombre y parte de su banda sonora del spaghetti western Django (1966), del romano Sergio Corbucci.
En un relato tan simple como efectivo, en el que se narra el rescate por parte de un cazarrecompensas alemán y de un antiguo esclavo reconvertido en su socio de la mujer de éste en una plantación regentada por un despiadado cacique, Quentin Tarantino expone uno de los retratos más crudos y sangrientos que se recuerdan sobre la esclavitud. Y lo hace derrochando visceralidad y desplegando su sello inconfundible, ése que lo distingue como autor, caracterizado por: 1) el tratamiento explícito y exagerado de la violencia, 2) la inyección de abundantes dosis de humor negro que brotan en las situaciones más inesperadas, 3) la pirotecnia verbal en forma de ingeniosos diálogos, que además de describir eficazmente a los personajes destila un efecto cómico más sutil y elaborado que el típico humor de muecas, golpes y caídas, y 4) el uso inteligente de una magnífica banda sonora que, alternando temas clásicos del género con otros más modernos, enfatiza las imágenes a las que acompaña.
Experto en mantener la tensión y llevarla hasta límites insospechados, con esas prolongadas elucubraciones segundos antes de un estallido de violencia, Tarantino demuestra su saber hacer a nivel narrativo. Django desencadenado es, posiblemente, el western que más se deleita en el lenguaje cinematográfico, con numerosos zooms y reencuadres que constantemente enmarcan y contextualizan la acción, resaltando aquellos aspectos importantes de la trama y la valiosa labor artística de los afamados intérpretes, de entre los que destacan un inspirado Christoph Waltz —su nacionalidad no sólo es la excusa para poder contar de nuevo con este portento después de Malditos bastardos (2009), sino que ofrece un punto de vista foráneo de la cuestión de los esclavos negros ajeno a la cerrada mentalidad estadounidense de la época— y un contundente Leonardo DiCaprio, al que cada vez me merece mayor consideración.
Pero de la misma manera que reconozco las virtudes de este creador singular, debo advertir también de sus defectos: el principal es que es tediosamente redundante y desmesurado, y no me refiero sólo a alargado metraje que estira como un día sin pan Django desencadenado hasta los 165 minutos. La primera parte de la cinta, la que narra el encuentro de los protagonistas, el adiestramiento de Django y la llegada a la plantación, más road movie que una simple historia de venganza, es la más interesante. Posteriormente el ritmo del film decae a pesar del duelo interpretativo entre los citados actores, regodeándose finalmente en una espiral de pólvora y sangre que parece no tener fin. La violencia llevada al paroxismo, devaluándola a simple caricatura coreografiada, me resulta gratuita e innecesaria, una mezquina concesión a la taquilla. Pero soy consciente de que, en este caso, forma parte de la marca Tarantino. Es algo congénito en él.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.