(2) EL LADO BUENO DE LAS COSAS, de David O. Russell.

EL EXCÉNTRICO ROMANCE DE DOS ENFERMOS DE AMOR
La gran sorpresa de la temporada la ha dado esta exótica comedia romántica al recibir ocho nominaciones a los Oscar, sin duda un reconocimiento exagerado por obra y gracia de los hermanos Weinstein, fundadores de una de las productoras más influyentes de Hollywood. Sin embargo, lejos de ser un film de género al uso, con la inevitable retahíla de tópicos y lugares comunes excesivamente transitados, nos hallamos ante un fresco y original relato que sabe sortear con habilidad los chichés más resabidos, salvo su gratificante y predecible desenlace, dándole un toque de excentricidad al conjunto que resulta tan seductor como entretenido.
Si bien adopta un impostado aire indie para aparentar una confección más artesanal de la que le corresponde en realidad, El lado bueno de las cosas es una sólida y competente cinta que esconde acertadas reflexiones sobre la condición humana, la fragilidad de la mente y la complicada superación de los conflictos psicológicos, al narrar la historia de un perdedor nato con trastorno bipolar que tras pasar ocho meses en un psiquiátrico por haber agredido al amante de su mujer quiere rehacer su vida. Una cita a ciegas con una joven viuda con desequilibrio emocional e inclinaciones lujuriosas es el prólogo de una singular relación que, a medida que evoluciona hacia sentimientos más intensos, va parejo a un proceso lento pero incesante de curación y redescubrimiento personal. Una vez más, el amor como causante de enfermedad pero también como remedio a la locura. Al menos no se recurre al típico flechazo, sino que empieza siendo un divertido tira y afloja de conveniencias y va madurando en amistad y, finalmente, sincera atracción.
Tragicomedia de ritmo creciente, inteligentes gags e ingeniosas réplicas verbales, el éxito de El lado bueno de las cosas se fundamenta en sus dos principales virtudes: 1) un elaborado guión que, además de describir a la perfección la naturaleza autodestructiva de sus protagonistas, retrata eficazmente la sutil pero apreciable evolución favorable de su psicopatía, consecuencia de un proceso natural y creíble de cicatrización emocional y no debido a oportunos y forzados giros argumentales. Además, el resto de personajes acoge un lado extravagante que raya con la locura, demostrando que todo el mundo tiene manías y rarezas que, sin alcanzar el grado de enfermedad, sí condicionan su vida cotidiana. Y 2) unas estupendas interpretaciones de un elenco de actores de gran valía, destacando por encima de todos la pareja formada por Jennifer Lawrence y Bradley Cooper, dos actores en alza, y un Robert De Niro menos fosilizado que de costumbre. La guapa y atractiva protagonista de Winter’s bone (2010) y Los juegos del hambre (2012) borda su papel como contrapunto demente y despliega, ¡por fin!, su hasta ahora inexplorada faceta sexual. Por su parte, el intérprete de Resacón en Las Vegas (2009) y su secuela aprueba el mejor papel de su dilatada pero discreta carrera.
Ahora bien, tras más de una hora de metraje de película agridulce, neurótica y de digestión lenta, se produce una deriva comercial que transforma la locura en genialidad y el conflicto familiar /personal en tierno episodio romántico. El intenso recorrido de redención emocional a través de un amor inesperado queda lastado por una resolución demasiado vaga y edulcorada. Sin mencionar que sobra algún elemento de la trama, como el concurso de baile al que se apuntan los convalecientes así, por arte de magia, sin conocimientos previos ni aficiones reconocidas. Las clases de baile se me antojan una mera excusa narrativa para unir los destinos de Pat y de Tiffany, ubicándoles en un marco incomparable donde florece el amor. Pero éste puede surgir en una parada de autobús, y no en una revisitación de Dirty Dancing. Aún así, vale la pena…
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Me encantó. Para nada es la típica comedia romántica.