(3) EL MOLINO Y LA CRUZ, de Lech Majewski.

PINTURA Y CINE
Lejos de la estética idealizadora de la figura humana propia del Renacimiento italiano, el estilo de Pieter Brueghel el Viejo se caracteriza por la gran influencia de El Bosco, con grandes planos generales, tipos populares, especial utilización de la luz mediante claroscuros, variada paleta de colores, interés por los menores detalles y una curiosa mezcla de realismo —vestuario, ocupaciones cotidianas, rostros vulgares, algunos gestos de lujuria— y de simbolismo —impresionantes paisajes rocosos, el elevado molino como punto de vista privilegiado sobre el mundo—. No se libra el pintor de los habituales anacronismos presentes en los cuadros de pintores de siglos pasados: el vestuario y los escenarios no corresponden de forma realista a la época retratada sino que son reflejo del momento de elaboración de la obra.
Son abundantes las películas que se han inspirado en la vida de grandes pintores o en algunas de sus obras más relevantes. Serían, por decir dos ejemplos, los casos recientes de La joven de la perla (2003) y La ronda de noche (2007), sobre Johannes Vermeer o Rembrandt, respectivamente. En El molino y la cruz, el polaco Lech Majewski —trabajos en cine y videoarte, en teatro y ópera, en poesía, novela y música, en el guión y producción de Basquiat (1997)—, un humanista desconocido entre nosotros pese a sus múltiples actividades culturales, se ha basado en el libro del crítico de arte Michael Francis Gibson para hacer un detallado y riguroso estudio del cuadro El camino al Calvario, pintado en 1564 por el flamenco Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569) y exhibido actualmente en un museo de Viena. El cineasta elige y observa detenidamente a una docena de personajes de entre los centenares que figuran en el cuadro, destacando el del propio artista del que se muestran los bocetos utilizados en el proceso de creación de la obra, la virgen María y el amigo rico coleccionista de arte Nicholas Jonghelick.
Esta convención —contraria a la Historia—, generalmente admitida en las producciones de los siglos XVI al XVIII, se convierte en El camino al Calvario en testimonio y condena moral de la sangrienta represión de las tropas españolas ocupantes de los Países Bajos durante el reinado de Felipe II, fusionando con total libertad e intencionadamente el relato de la pasión y muerte de Cristo con la persecución de los herejes protestantes flamencos. Pero esta producción financiada por Polonia y Suecia, pese a seguir en general las pautas habituales del cine basado en la pintura —planos con similar uso del color y de la luz, misma ambientación e idéntica composición plástica— se diferencia de las películas antes citadas porque rehúye toda tentación esteticista o melodramática para narrar con cierta frialdad y distanciamiento el proceso creativo del pintor y explicar los ocultos significados del cuadro, con un estilo vanguardista más próximo al ensayo que a la mera ilustración. El molino y la cruz requirió tres años de lento y minucioso trabajo. Las imágenes que vemos son resultado de una síntesis técnicamente compleja, realizada en post-producción, de decorados pintados, fotogramas reales con rodaje en exteriores en varios países, fragmentos del cuadro original y actores filmados y mezclados con todos los demás elementos visuales mediante procedimientos digitales.
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