(3) DE ÓXIDO Y HUESO, de Jacques Audiard.

LA BELLA Y LA BESTIA
Esta coproducción franco-belga hace reencontrarnos con el guionista, director y productor Jacques Audiard (París, 1952), que ya nos dejó un grato recuerdo en Un profeta (2009). Ahora se ha inspirado en una colección de relatos cortos titulado Rust and Bone del estadounidense Craig Davidson para hablarnos del mundo actual con los dramas y sinsabores que amargan el discurrir de muchas vidas. Hay en la película diversidad de personajes y de ambientes, retratando existencias vulgares y corrientes a las que se procura mantener alejadas de todo convencionalismo. La complejidad de los seres humanos viene mostrada por una cámara ágil que capta multitud de detalles cotidianos para conseguir lo esencial: una crónica de sentimientos, de afectos y de rechazos personales, así como de sus respectivas concepciones del mundo.
En De óxido y hueso son fundamentales los protagonistas, la pareja formada por unos intérpretes excelentes como Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts, que materializan el choque entre sensibilidad y rudeza, entre minusvalía y fuerza física, dos seres enfadados con la vida porque sus limitaciones (corporales o psicológicas) les impiden alcanzar ese ideal de perfección que simplemente llamamos felicidad.
El fatal accidente de Stéphanie como monitora de orcas en un acuario y el fracaso profesional y familiar de Alain, un joven violento y desarraigado, padre separado con un hijo pequeño, evidencian la distancia que separa la sensibilidad femenina de la necedad machista de quien confunde hacer el amor con un mero ejercicio gimnástico.
El film nos muestra finalmente la evolución de los protagonistas: ella recuperará la autoestima y logrará superar la mirada compasiva de los demás, adaptándose a su entorno y aceptando sus propias limitaciones. Él cometerá errores en su logro de dinero perjudicando a sus allegados pero la sombra de la tragedia le empujará a buscar nuevos horizontes laborales y afectivos.
Sorprende gratamente el realismo de una obra que trata especialmente los sentimientos. Y lo logra gracias a la nitidez y fuerza expresiva de unas imágenes que reflejan la verdad de las cosas, a veces con la eficaz ayuda de correctores efectos digitales. Un emotivo retrato de gente corriente, perdedores al borde de la marginalidad, siempre en la periferia del poder y la riqueza aunque con la esperanza depositada en la posibilidad de redención personal. El cine norteamericano nos ha hablado muchas veces de este universo de supervivientes: Las uvas de la ira (1940), Vidas rebeldes (1961) o Los temerarios del aire (1969). En el fondo, como elemento común, las crisis económicas y sus nefastas consecuencias.
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