(3) LA VIDA DE PI, de Ang Lee.

HERMOSA FÁBULA SOBRE LA FE Y LA CONDICIÓN HUMANA
Fiel adaptación de la novela homónima de Yann Martel, auténtico fenómeno literario en el mundo anglosajón, La vida de Pi nos reconcilia con cierto tipo de experiencia fílmica que, renunciando a planteamientos realistas, se introduce en otros discursos más minoritarios que oscilan entre lo lírico —transmisión de sentimientos, emociones o sensaciones— y lo filosófico —aborda cuestiones como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral y la belleza—, resultando una película fértil en significados y niveles de lectura, estéticamente abrumadora, a la vez que apta para todos los públicos por su liviano argumento y su atractivo apartado visual. ¿Y qué mejor que Ang Lee para trasladarlo a la gran pantalla?
Cineasta consolidado y sin apenas tropiezos en su carrera artística, ha demostrado con creces su sorprendente capacidad para emocionar al espectador manejando como pocos el arte y el oficio de narrador. No era tarea fácil, debido a las limitaciones espacio-temporales de su referente literario, contar en un relato de 2 horas de duración la aventura de un joven náufrago a bordo de un bote salvavidas en medio del océano Pacífico con la única compañía de un enorme tigre de Bengala. Esta excusa para entablar reflexiones de hondo calado intelectual en escenarios tremendamente minimalistas era susceptible de convertirse en algo tedioso e insípido. Sin embargo, el célebre director de cine chino, nacido y crecido en Taiwán pero educado en Estados Unidos, logra encauzar este aparente relato de supervivencia en un espectáculo fascinante para la vista trascendiéndolo a categoría de fábula que medita sobre la fe y la condición humana, pero también sobre la fantasía como válvula de escape y la necesidad de creer en lo inconcebible para evadirse de la realidad.
Por tanto, La vida de Pi es un viaje físico, emocional y espiritual en el que el protagonista deberá enfrentarse a sus miedos, a los peligros inherentes a la propia existencia, aprendiendo a conocer los límites de la naturaleza humana pero también su lugar en este vasto universo del que nos creemos el centro y, no obstante, no somos más que una mota de polvo. Resalta en el relato el mensaje de tolerancia, de respeto a todas las creencias religiosas, ensalzando un humanismo integrador y alegando el amor fraternal como valor imprescindible para el progreso humano. Si bien la religión es uno de los pilares básicos del film, su tratamiento no es doctrinario sino que promueve el diálogo interreligioso.
Si bien en La vida de Pi se imparte una clase magistral sobre el aprovechamiento de la tecnología digital para deleitar al espectador, el portentoso despliegue efectista puede desviar la atención en lo superfluo. La grandilocuencia gratuita no debe ser un valor en sí mismo, y existen ejemplos a lo largo del metraje. Además, la estructura interna del film, basado en “alguien cuenta a otro una historia”, alzándose el protagonista en el narrador omnisciente de la historia, empobrece su complejidad al recurrir frecuentemente al abrupto cambio de ritmo que supone la interrupción del relato fantástico y regresar al “aquí y ahora” de la trama más próxima a la realidad.
A pesar de esto, conviene reconocer los méritos indiscutibles de La vida de Pi, una variante exótica de Náufrago (2000) pero con mayores pretensiones.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.