(4) LA PARTE DE LOS ÁNGELES, de Ken Loach.

JÓVENES SIN FUTURO
Galardonada con el Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes, la nueva película de Ken Loach se sirve de su guionista habitual Paul Laverty para narrar las peripecias de unos jóvenes delincuentes abocados al paro y a la marginación en Gasglow (Escocia), donde varios de ellos forman un grupo sometido a disciplina regeneradora prestando servicios obligatorios a la comunidad. Loach, sin renunciar a su compromiso social de izquierdas, cambia su punto de vista dramático para elaborar una magnífica comedia que incluye, además, un final feliz alejado de cualquier ortodoxia o subordinación de lo “políticamente correcto”.
Una vez más en el cineasta británico, la cámara funciona como un espejo, como un testigo lúcido de los acontecimientos, asumiendo un estilo naturalista que despierta las simpatías y las emociones del espectador. El motivo que impulsó a Laverty a escribir el guión fue la noticia de que en Inglaterra se había alcanzado ya la cifra de un millón de jóvenes sin trabajo y, probablemente, sin esperanzas de conseguirlo. El realizador se interesó igualmente por este drama colectivo, lo que no le impidió dirigir uno de sus films más divertidos y humanos de toda su carrera, empezando por el protagonista Robbie, dotado de un excelente olfato para la cata de licores, y siguiendo con el tolerante educador que enseña a sus pupilos a distinguir la calidad de los diferentes whiskies.
Gran parte del acierto de la película, que gustará a todos los públicos, descansa en su acertado reparto pues cada actor o actriz parece especialmente dotado para representar su papel. Risas al margen, La parte de los ángeles no olvida fijar su mirada sobre la injusticia social que ahoga el mundo actual de clases exprimidas por un capitalismo financiero especialmente depredador. Ahí reside la irónica paradoja de un relato que relaciona a gente pobre sin oportunidades con millonarios snobs capaces de pagar un millón de libras por una barrica de un viejo y selecto escocés. La sombra de Alexander Mackendrick —véase Whisky a gogó (1948)— es alargada.
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